Osho transformación del 41 al 50

Osho transformación del 41 al 50

Oráculo Osho transformación. Carta 41ª. Fracaso.

Oráculo Osho transformación. Carta 42ª. Preocupación.

Oráculo Osho transformación. Carta 43ª. Ilusiones.

Oráculo Osho transformación. Carta 44ª. Deseo.

Oráculo Osho transformación. Carta 45ª. Viviendo Totalmente.

Oráculo Osho transformación. Carta 46ª. La Búsqueda.

Oráculo Osho transformación. Carta 47ª. Esperanza.

Oráculo Osho transformación. Carta 48ª. Desafío.

Oráculo Osho transformación. Carta 49ª. Amor.

Oráculo Osho transformación. Carta 50ª. Compasión.

41. Fracaso.
El secreto del verdadero éxito

Cuando es por la mañana, es por la mañana. Cuando es por la tarde, es por la tarde. No se puede elegir. Abandona la elección y te sentirás libre en todas partes: la libertad sólo puede hallarse en la ausencia de elección. Así, cuando eres joven, es muy hermoso; cuando eres un niño, es muy hermoso; cuando eres anciano, es muy hermoso; cuando te estás muriendo, es muy hermoso… porque nunca estás separado de la totalidad, eres una ola del océano. La ola del océano puede pensar en sí misma como en un individuo; entonces vienen los problemas. La ola del mar nunca piensa que está separada; por eso, le lleve donde le lleve el océano, ella se deja llevar alegremente, bailando, está muy dispuesta a seguir esa dirección.

Una canción del místico Kabir:

Hablo a mi amante interno y le digo, ¿por qué tanta prisa? Sentimos que hay cierto espíritu al que le encantan los pájaros, y los animales, y las hormigas; tal vez el mismo que hizo de ti un ser radiante cuando estabas en el vientre de tu madre. ¿Es lógico que ahora vayas por ahí siendo un huérfano total? La verdad es que te has dado la espalda a ti mismo y has decidido entrar solo en la oscuridad. Ahora estás enredado con los demás y has olvidado lo que una vez supiste, y por eso todo lo que haces contiene algún extraño fallo.

Fracaso

Las cosas ocurren cuando se necesita que ocurran; las cosas van a ocurrir cuando tengan que ocurrir. Todo va bien; simplemente confía. Recuerda la diferencia. El teólogo dirá: «Cree en el concepto de Dios». El místico dice que no hay necesidad de creer en el concepto de Dios, basta con sentir la armonía de la existencia. No es un concepto, no es una creencia: puedes sentirlo, está por todas partes.

Casi es tangible. En el momento en que piensas que eres uno con la totalidad, se produce la relajación; tiene lugar un abandono repentino. No hace falta que te sostengas a ti mismo, puedes relajarte. No hace falta que estés tenso porque no tienes que conseguir ningún objetivo personal concreto. Fluyes con Dios. El objetivo de Dios es tu objetivo, su destino es tu destino.

No tienes un destino privado; el destino privado crea problemas. ¿No lo has visto en tu propia vida? Todo lo que haces te lleva al fracaso. Y sigues sin ver el punto: crees que no lo hiciste como tendrías que haberlo hecho y por eso fallaste. Después piensas que no eres lo suficientemente hábil, entonces te ejercitas más, pero vuelves a fracasar. Y después piensas: «Todo el mundo está contra mí» o «el destino está contra mí», o «soy una víctima de los celos de la gente». Continúas encontrando explicaciones a tus fracasos, pero nunca das con su verdadera raíz.

Kabir dice: fracaso significa tú-menos-Dios. Ésa es la comprensión de Kabir. Fracaso es igual a tú-menos-Dios, y éxito es igual a tú-más-Dios. Y recuerda, cuando digo ‘Dios’ no me refiero a una persona sentada allí arriba, en algún lugar del cielo, sino al espíritu cósmico. Siente el espíritu cósmico, el Tao, la ley que interpenetra a toda la existencia de la que naciste y a la que un día volverás.

42. Preocupación.
La mujer en el bus

¿Te has dado cuenta alguna vez de este hecho?: el presente siempre es jugoso, el presente siempre es dichoso. La preocupación y el sufrimiento están creados por lo que quisiste hacer en el pasado y no pudiste, o por lo que quieres hacer en el futuro y no sabes si podrás hacer. ¿Te has dado cuenta alguna vez? ¿Has visto esta pequeña verdad de que en el presente no hay sufrimiento ni preocupación? Ésta es la razón por la que el presente no altera la mente; es la ansiedad la que altera la mente. En el presente no hay sufrimiento. El presente no sabe de sufrimientos; el presente es un momento tan breve que el sufrimiento no cabe en él. En el presente sólo cabe el cielo, no el infierno. ¡El infierno es demasiado grande! El presente sólo puede ser paz, sólo puede ser felicidad.

He oído que una anciana iba viajando en un autobús y estaba ansiosa, preocupada, preguntando continuamente qué parada era aquella. El desconocido que se sentaba a su lado le dijo: —Relájese, no se preocupe. El revisor anunciará las paradas y si se siente muy preocupada, puedo llamarle para que venga. Así usted le dice dónde quiere bajarse y él tomará nota. ¡Relájese!

El hombre llamó al revisor y la mujer le dijo: —Por favor, recuerde, no quiero perder mi parada. Tengo que llegar a un lugar muy urgentemente.

—De acuerdo —dijo el revisor—. Tomaré nota, aunque no hacía falta que me llamaran porque siempre anuncio las paradas. Pero tomaré nota y vendré a avisarle cuando llegue su parada. Pero relájese, ¡no esté tan preocupada!

Preocupación

La anciana sudaba, temblaba y parecía muy tensa. Y dijo: —Muy bien, anótelo, tengo que bajarme en la última parada, donde se acaba el recorrido del autobús.

Bien, y si se iba a bajarse en la última parada, ¿para qué preocuparse? ¿Cómo iba a saltársela? ¡No hay manera de saltarse la última parada! En el momento en que descansas, en el momento en que te relajas, sabes que la existencia ya está en marcha, moviéndose, alcanzado nuevas cumbres. Y tú eres parte de ello. No necesitas tener tus propias ambiciones.

Esto es relajación: descansar, abandonar los objetivos privados, abandonar la mentalidad de conseguir cosas, todas las proyecciones del ego. Y entonces la vida es un misterio. Tus ojos se quedarán maravillados; tu corazón se llenará de admiración.

No tenemos que convertirnos en algo; ya lo somos. Éste es todo el mensaje de los seres despiertos: que no tienes que conseguir nada, que ya te ha sido dado. Es el regalo de Dios. Ya estás donde deberías estar, no puedes estar en ninguna otra parte. No hay lugar adonde ir, nada que conseguir. Como no hay lugar donde ir y nada que conseguir, puedes celebrar la existencia. Entonces no hay prisa, no hay preocupación, no hay ansiedad, no hay angustia ni miedo a ser un fracaso. No puedes fracasar. Es imposible fracasar por la propia naturaleza de las cosas, porque la cuestión no consiste en triunfar, en absoluto.

43. Ilusiones.
La parábola del árbol que cumplía los deseos

El pensador crea con sus pensamientos; ésta es una de las verdades fundamentales que tienes que entender. Todo lo que experimentas es creación tuya. Primero lo creas, después lo experimentas y después te quedas atrapado en la experiencia, porque no sabes que la fuente de todo está en ti.

En una ocasión, un hombre iba viajando y entró casualmente en el paraíso. Los indios creen que en el paraíso hay árboles que conceden todos los deseos, kalpatarus. Basta con sentarse debajo de ellos, desear algo, y el deseo se realiza inmediatamente: no hay desfase entre el deseo y su realización. Piensas, y tu pensamiento se convierte en cosas; el pensamiento se plasma automáticamente.

Los kalpatarus no son otra cosa que símbolos de la mente. La mente es creativa, los pensamientos son creativos.

El hombre estaba cansado y se quedó dormido debajo de uno de estos árboles que conceden los deseos. Cuando despertó, como estaba muy hambriento, dijo: «Ojalá que pudiera conseguir comida en algún sitio». Y de repente el alimento surgió de la nada y flotaba en el aire; era una comida deliciosa. Empezó a comer inmediatamente y cuando se sintió satisfecho, surgió en él otro pensamiento: «Si pudiera conseguir algo de bebida…» Y como en el paraíso no existe la ley seca, se materializó inmediatamente un vino delicioso.

Ilusiones

Bebiendo el vino y relajado a la sombra del árbol en la brisa fresca del paraíso, el hombre empezó a preguntarse: «¿Qué está pasando? ¿Estoy soñando o estoy rodeado de fantasmas que me gastan bromas?» ¡Y aparecieron los fantasmas! Eran feroces, horribles, daban ganas de vomitar. Se puso a temblar y se le pasó un pensamiento por la cabeza: «Ahora seguro que me van a matar. Estos fantasmas van a acabar conmigo». Y le mataron.

Ésta es una antigua parábola de enorme significado. Tu mente es el árbol que concede los deseos: antes o después, todo lo que piensas te es concedido. A veces el desfase es tan grande que te olvidas completamente de haberlo deseado; a veces el desfase es de años, a veces de vidas, de modo que no puedes conectar con el origen del deseo. Pero si observas con profundidad, descubrirás que todos tus pensamientos te crean y crean tu vida. Crean tu cielo, crean tu infierno. Crean tu desgracia, crean tu alegría. Crean lo negativo, crean lo positivo. Todo el mundo es un mago que hila y teje un mundo mágico a su alrededor y después se siente atrapado: la araña se queda atrapada en su propia tela.

Una vez que se entiende esto, las cosas empiezan a cambiar. Entonces puedes jugar y puedes cambiar tu infierno por un cielo; basta con pintar desde otro punto de vista. O si estás muy enamorado de tus desgracias puedes crear todas las que quieras, a tu plena satisfacción. Pero entonces ya no puedes protestar, porque sabes que son una creación tuya, son tu pintura, no puedes responsabilizar a nadie de ella.

Toda la responsabilidad es tuya. Entonces surge una nueva posibilidad: puedes dejar de crear el mundo, puedes detener el proceso de creación. No hace falta que crees el cielo y el infierno, no hace ninguna falta. El creador puede relajarse, retirarse. Ese retiro de la mente es la meditación.

44. Deseo.
La canastilla mágica del mendigo

Cuando deseas algo, tu gozo depende de eso. Si se te quita, te sientes miserable; si se te da, te sientes feliz. ¡Pero sólo por el momento! eso también se tiene que entender. Cuando tu deseo se cumple, sólo por el momento sientes gozo. es momentáneo, porque una vez lo consigues, la mente vuelve a desear más, algo más.

La mente existe en el deseo; de ahí que la mente nunca te deje sin deseo. Si no tienes deseo, la mente muere inmediatamente. Éste es todo el secreto de la meditación.

Un mendigo llamó a la puerta de un emperador a primera hora de la mañana. El emperador iba a salir a dar un paseo matutino en su precioso jardín; de no ser por esta circunstancia hubiera sido difícil que el mendigo pudiera encontrarse con él. Pero en ese momento no había ningún guardián que lo impidiera.

El emperador dijo: —¿Qué quieres? —¡Piénsatelo dos veces antes de preguntar eso! —dijo el mendigo. El emperador nunca había visto antes a un hombre tan fiero; había batallado en la guerra, había obtenido grandes victorias y había dejado claro que no había nada más poderoso que él, y de repente este mendigo le dice: «¡Piensa dos veces lo que dices porque puede que no seas capaz de realizar mi deseo!»

El rey dijo: —No te preocupes, déjalo de mi cuenta; ¡pide lo que quieras y se realizará!

Mendigo

—Ves este cuenco de mendigar —dijo el mendigo—, ¡quiero que se llene! No me importa de qué, la única condición es que se llene, que esté lleno. Aún estás a tiempo de decir que no, pero si dices que sí, estás tomando un riesgo.

El emperador se puso a reír. Un cuenco de mendigar… ¿y me estás dando una advertencia? Le dijo a su ayudante de cámara que llenase el cuenco de diamantes para que aquel mendigo se enterase de a quién estaba pidiendo.

El mendigo volvió a decirle: —Piénsatelo dos veces. Y pronto empezó a quedar claro que el mendigo tenía razón, porque en el momento en que se vertían los diamantes en el cuenco, desaparecían.

Los rumores se extendieron inmediatamente por toda la capital y miles de personas se acercaron a observar lo que pasaba. Cuando las piedras preciosas se acabaron, el rey dijo: «Traed todo el oro y la plata, ¡traedlo todo! Mi reino e incluso mi integridad están amenazadas». Pero antes de llegar la noche había desaparecido todo y sólo quedaban dos mendigos, y uno de ellos había sido emperador.

Entonces el emperador dijo: —Antes de pedirte perdón por no escuchar tus avisos, por favor dime el secreto de este cuenco de mendigar.

—No hay ningún secreto —dijo el mendigo—. Lo he pulido de manera que parezca un cuenco, pero es una calavera humana. Todo lo que eches dentro de ella desaparecerá.

La historia es tremendamente significativa. ¿Has pensado alguna vez en tu propio cuenco de mendigar? Todo desaparece —poder, prestigio, respetabilidad, riqueza— todo desaparece y tu cuenco sigue con la boca abierta, pidiendo más. Y ese «más» te aleja del presente. El deseo, la añoranza de otra cosa te aleja de este momento.

Sólo hay dos tipos de personas en el mundo: la mayoría de ellas corren detrás de sombras, sus cuencos de mendigar seguirán con ellos hasta que se vayan a la tumba. Y una pequeña minoría, uno entre un millón, que deja de correr, abandona todos los deseos y no pide nada; y de repente lo encuentra todo dentro de sí.

45. Viviendo Totalmente.
Alejandro el Grande conoce a Diógenes

Los que dicen: «Estamos esperando una oportunidad», están siendo engañosos, y no engañan a nadie sino a sí mismos. La oportunidad no va a venir mañana. Ya ha llegado, siempre ha estado aquí. Estaba aquí incluso cuando tú no estabas. La existencia es una oportunidad; ser es la oportunidad. No digas: «Mañana meditaré, mañana amaré, mañana bailaré con la existencia». ¿Por qué dejarlo para mañana? Mañana nunca llega. ¿Por qué no ahora mismo? ¿Por qué posponerlo? Posponer las cosas es un truco mental; así mantienes la esperanza y entre tanto la oportunidad se te escapa de las manos. Y al final llegarás al callejón sin salida —la muerte— y no te quedará ninguna oportunidad. Esto te ha ocurrido muchas veces antes. No eres nuevo aquí, has nacido y has muerto muchas, muchas veces. Y cada vez la mente te ha jugado la misma mala pasada, y aún no has aprendido nada.

Cuando Alejandro Magno venía hacia India, se encontró con un hombre curioso, Diógenes. Era una mañana de invierno, soplaba una brisa fresca y Diógenes estaba a la orilla del río, tomando el sol, desnudo. Era un hombre muy hermoso. Cuando hay un alma hermosa, surge una belleza que no es de este mundo.

No tenía nada, ni siquiera un cuenco de mendigar, porque, un día que iba al río con su cuenco para beber agua, vio que un perro entraba corriendo en el río. El perro entró en el río y bebió; Diógenes se rio y dijo: «Este perro me ha enseñado una lección. Si él puede vivir sin cuenco de mendigar, ¿por qué yo no?» Arrojó lejos el cuenco, saltó al río como el perro y bebió. Desde entonces vivía sin nada.

Totalmente

Alejandro nunca había visto a un hombre tan grácil, una belleza tan total, algo que venía de lo desconocido… Se quedó anonadado y dijo: «Señor…» Él no había dicho «señor» a nadie en toda su vida. Dijo: —Señor, estoy inmensamente impresionado por su ser y me gustaría hacer algo por usted. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?

—Simplemente ponte a un lado porque me estás quitando el sol —dijo Diógenes—; eso es todo. No necesito nada más.

—Si tengo otra oportunidad de volver a la tierra —replicó Alejandro— pediré a Dios que, en lugar a volver a hacerme como Alejandro, me haga como Diógenes.

Diógenes se rio y dijo: —¿Quién te impide ser como yo ahora mismo? Puedes convertirte en un Diógenes. ¿Adónde vas? He visto pasar ejércitos durante meses, ¿dónde vas? ¿Y para qué?

—Voy a la India para conquistar todo el mundo —dijo Alejandro.

—¿Y qué harás después? —preguntó Diógenes.

—Después descansaré —respondió Alejandro.

Diógenes se rio y dijo: —Estás loco, yo ya estoy descansando ahora mismo, y no he conquistado el mundo. No veo la necesidad. ¿Quién te ha dicho que tienes que conquistar el mundo para poder descansar? Y yo te digo: si no descansas ahora, no lo harás nunca. Siempre te quedará algo que conquistar… y el tiempo pasa. Morirás en medio de tu viaje.

Y Alejandro murió en el medio de su viaje. Cuando estaba regresando a la India, murió en el camino. Y aquel día recordó a Diógenes. Sólo tenía a Diógenes en mente; él no había podido descansar en toda su vida, y aquel hombre descansó.

46. La Búsqueda.
Buscando a la casa de Dios

Reúne todo el coraje y da el salto. Seguirás existiendo, pero de una manera tan nueva que no podrás conectar con la anterior. Será una discontinuidad. Lo viejo era tan pequeño, tan limitado, tan mezquino, y lo nuevo es tan vasto. Has pasado de ser una gota de rocío a ser el océano. Pero incluso la gota de rocío tiembla por un momento e intenta quedarse un poco más, porque ha visto el océano… una vez que cae de la hoja de loto, desaparece. Sí, de algún modo dejará de ser; como gota de rocío habrá desaparecido. Pero esto no es una pérdida. Será oceánica. Y todos los demás océanos son limitados. El océano de la existencia es ilimitado.

He mencionado muchas veces un hermoso poema de Rabindranath Tagore. El poeta había estado buscando a Dios durante millones de vidas. Le había visto algunas veces, a lo lejos, cerca de una estrella, y empezaba a ir en esa dirección, pero cuando llegaba a la estrella, Dios se había ido a otra parte. Pero él siguió buscando y buscando —estaba determinado a buscar el hogar de Dios— y la sorpresa de sorpresas fue que un día llegó a una casa en cuya puerta estaba escrito: «Casa de Dios».

Imagina su éxtasis, comprende su alegría. Subió corriendo las escaleras y estaba a punto de llamar a la puerta cuando su mano se quedó congelada de repente. Había tenido una idea: «Si por causalidad ésta es la verdadera casa de Dios, entonces ya he acabado, mi búsqueda se ha acabado. He llegado a identificarme con mi búsqueda, no sé hacer otra cosa. Si se abre la puerta y encuentro a Dios, la búsqueda se acaba. ¿Y entonces qué?»

Búsqueda

Empezó a temblar de miedo, se quitó los zapatos y descendió los preciosos escalones de mármol. Tenía miedo de que Dios pudiera abrir la puerta, aunque él no había llamado. Y a continuación se puso a correr tan rápido como nunca antes. Pensaba que había corrido detrás de Dios todo lo rápido que podía, pero ese día corrió como nunca, sin mirar atrás. El poema acaba: «Sigo buscando a Dios. Sé dónde está su casa, por eso la evito y busco por otros lugares. El desafío es muy grande, la emoción es muy grande, y mientras busco sigo existiendo. Dios es un peligro: seré aniquilado. Pero ahora ni siquiera temo a Dios, porque sé dónde vive. Por eso, evitando su casa, sigo buscándolo por el universo. Y en lo más profundo de mí sé que no busco a Dios; mi búsqueda es para nutrir mi ego».

Normalmente a Rabindranath Tagore no se le suele asociar con la religión. Pero sólo un hombre con una tremenda experiencia religiosa puede escribir un poema así. No es poesía ordinaria, contiene una gran verdad. La situación es ésta: la dicha no te permite existir; tienes que desaparecer. Por eso no se ve mucha gente dichosa por el mundo. La desgracia nutre tu ego, por eso se ve a tanta gente desgraciada en el mundo. El punto básico y central es el ego. Para la realización de la verdad última tienes que pagar el precio, y el precio no es otro que abandonar el ego. Por eso, cuando llegue el momento, no lo dudes. Desaparece danzando… con una gran risa, desaparece; con canciones en tus labios, desaparece.

47. Esperanza.
Perdido en la selva

La alegría del amor sólo es posible si has conocido la alegría de estar solo, porque sólo entonces tienes algo que compartir. En cambio, dos mendigos que se encuentran, que se aferran uno al otro, no pueden ser dichosos. Crearán miseria uno para el otro porque cada uno de ellos esperará, y esperará en vano, que «el otro le llene». Los dos esperan lo mismo y no pueden llenarse mutuamente. Ambos son ciegos; no pueden ayudarse.

He oído que un cazador se perdió en la selva. Durante tres días no pudo encontrar a nadie que le señalara el camino y cada vez sentía más pánico: tres días sin comida y con un miedo constante de los animales salvajes. Durante tres días no pudo dormir; se mantenía sentado, despierto y subido en un árbol, temiendo que le atacaran. Había serpientes, leones, animales salvajes.

El cuarto día, a primera hora de la mañana, vio a un hombre sentado bajo un árbol. Puedes imaginar su alegría. Corrió hasta él, lo abrazó y dijo: «¡Qué alegría!» Y el otro hombre también le abrazó: los dos eran inmensamente felices. A continuación, se preguntaron: «¿Por qué estás tan feliz?»

Esperanza

Estaba perdido y esperaba encontrar a alguien —dijo el primero. —Yo también estaba perdido y esperando encontrar a alguien —dijo el segundo—, pero si los dos estamos perdidos, entonces nuestra alegría no tiene sentido. ¡Ahora estaremos perdidos los dos juntos!

Esto es lo que ocurre: te sientes solo, el otro se siente solo y os encontráis. Primero la luna de miel: el éxtasis de haber encontrado al otro, ahora ya no estarás solo. Pero en tres días, o si eres lo suficientemente inteligente en tres horas… depende de lo inteligente que seas. Si eres estúpido te llevará más tiempo, porque te cuesta aprender; la persona inteligente puede verlo inmediatamente, en tres minutos… «¿Qué estamos haciendo? No va a salir bien. El otro está tan solitario como yo. Ahora viviremos juntos: dos soledades juntas. Juntar dos heridas no les ayuda a curarse».

Somos parte unos de otros; nadie es una isla. Pertenecemos a un continente invisible pero infinito. Nuestra existencia es ilimitada. Pero estas experiencias sólo ocurren a personas que se están auto realizando, que se quieren tanto a sí mismas que pueden cerrar los ojos, estar solas y sentirse totalmente dichosas. De esto trata la meditación.

Meditar significa sentirte extático en tu soledad. Pero cuando te sientes extático en tu soledad, pronto sientes tanto éxtasis que no puedes contenerlo. Empieza a rebosar. Y cuando comienza a rebosar, se convierte en amor.

La meditación permite que ocurra el amor. Y las personas que no conocen la meditación nunca conocerán el amor. Aparentarán que aman, pero no pueden amar. Sólo lo pretenderán, porque no tienen nada que dar, no rebosan. Amar es compartir. Pero antes de poder compartir, ¡tienes que tener algo! Lo primero debe ser la meditación.

La meditación es el centro, el amor es su circunferencia. La meditación es la llama, el amor es su irradiación. La meditación es la flor, el amor es su fragancia.

48. Desafío.
La parábola del granjero y el trigo

Desgracia sólo significa que las cosas no encajan con tus deseos; y las cosas nunca encajan con tus deseos, no pueden hacerlo. Las cosas simplemente siguen su naturaleza. Lao Tsé llama a esta naturaleza el Tao. Buda llama a esta naturaleza el Dhamma. Mahavir definió la religión como «la naturaleza de las cosas». No se puede hacer nada: el fuego es caliente y el agua fresca. El hombre sabio es el que se relaja con la naturaleza de las cosas; él sigue la naturaleza de las cosas. Y cuando sigues la naturaleza de las cosas, no lanzas ninguna sombra. No hay desgracia. Entonces, incluso la tristeza es luminosa, incluso la tristeza tiene su belleza. No es que la tristeza no se vaya a presentar; se presentará, pero no será tu enemiga. Serás amigo suyo porque verás su necesidad. Podrás ver su gracia, podrás ver por qué está ahí y por qué es necesaria.

He oído una antigua parábola; debe ser muy antigua porque por aquellos tiempos Dios vivía en la tierra. Un día se le acercó un hombre, un viejo granjero, y dijo: —Mira, puede que seas Dios y que hayas creado el mundo, pero tengo que decirte una cosa: no eres un granjero. No conoces ni el ABC de llevar una granja. Tienes algo que aprender.

—¿Qué me aconsejas? —dijo Dios.

—Dame un año de tiempo y durante ese periodo deja que haga las cosas a mi manera para ver qué pasa. ¡La pobreza será barrida de la faz de la tierra!

Desafío

Dios aceptó: concedió un año al granjero. Naturalmente éste pidió las mejores condiciones: nada de tormentas ni vientos fuertes, ningún peligro para la cosecha. Todo era cómodo, agradable, y él se sentía muy feliz. ¡El trigo crecía tanto! Cuando quería sol, tenía sol; cuando quería lluvia, tenía lluvia, toda la que quería. Aquel año todo era correcto, matemáticamente correcto. Pero cuando se cosechó, no había nada dentro del trigo.

El granjero estaba sorprendido. Y preguntó a Dios: —¿Qué ha pasado? ¿Qué ha fallado?

—Como no había desafíos —dijo Dios—, como no había conflicto ni fricción, como evitaste todo lo malo, el trigo permaneció impotente. Es imprescindible luchar un poco. Las tormentas son necesarias, los rayos y truenos son necesarios. Ellos agitan el alma dentro del trigo.

Esta parábola es de inmenso valor. Si sólo eres feliz y feliz y feliz, la felicidad perderá todo su sentido. Será como si alguien escribiera con tiza blanca en una pared blanca. Nadie será capaz de leerlo. Tienes que escribir en una pizarra negra, entonces se puede leer.

La noche es tan necesaria como el día. Y los días de tristeza son tan esenciales como los días alegres. A esto es a lo que yo llamo comprensión. Una vez que lo entiendes, te relajas; y en esa relajación está la rendición. Dices: «Que se haga tu voluntad». Dices: «Haz lo que te parezca correcto. Si hoy hacen falta nubes, dame nubes. No me escuches, mi comprensión es limitada. ¿Qué sé yo de la vida y sus secretos? ¡No me escuches! Sigue haciendo tu voluntad». Y, poco a poco, cuanto más veas el ritmo de la vida, el ritmo de la dualidad, el ritmo de la polaridad, dejas de preguntar, dejas de elegir.

Éste es el secreto. Vive con este secreto y ve su belleza. Vive con este secreto y de repente te quedarás sorprendido: ¡Qué grandes son las bendiciones de la vida! ¡Cuánto se te está dando a cada momento!

49. Amor.
El reto del rey a sus tres hijos

Recuerda, la semilla nunca corre peligro. ¿Qué peligros podrían afectar a la semilla? Está absolutamente protegida. Pero la planta siempre corre peligro, la planta es muy delicada. La semilla es como una piedra, dura, oculta tras una cáscara. Pero la planta tiene que soportar mil y un peligros. Y no todas las plantas alcanzarán la altura necesaria para florecer, para dar mil y una flores… Son pocos los seres humanos que llegan al segundo estadio, y muy pocos de los que alcanzan el segundo estadio llegan al tercero, el del florecimiento. ¿Por qué no pueden alcanzar ese tercer estadio, ese estadio de dar flores? Por la avaricia, por la mezquindad, no quieren compartir… por un estado de desamor. Hace falta coraje para convertirse en planta y hace falta amor para convertirse en flor. Una flor indica que el árbol está abriendo su corazón, soltando su perfume, dando su alma, derramando su ser sobre la existencia. No te quedes en la semilla. Reúne coraje, coraje para dejar el ego, coraje para abandonar las seguridades, coraje para dejar caer las certezas, coraje para ser vulnerable.

Un gran rey tenía tres hijos, y quería elegir a uno de ellos para ser su sucesor. Era muy difícil porque los tres eran muy inteligentes, muy valientes. ¿Cuál escoger? Entonces preguntó a un gran sabio, y el sabio le sugirió una idea…

El rey volvió a palacio y reunió a sus tres hijos. Dio a cada uno de ellos una bolsa de semillas de flores y les dijo que se iba a hacer una peregrinación: —Tardaré unos años; uno, dos, tres, o quizá más. Y esto es una especie de prueba para vosotros. Me tendréis que devolver las semillas cuando regrese. Quien las proteja mejor será mi sucesor. Y salió a hacer su peregrinación.

Amor

El primer hijo las encerró en un cofre de hierro porque tenía que devolvérselas a su padre tal como estaban. El segundo hijo pensó: «Si dejo las semillas encerradas como ha hecho mi hermano, se morirán. Y no puede decirse que una semilla muerta sea semilla en absoluto. Mi padre podría decir: ‘Yo te he dado semillas vivas, que podían crecer, pero éstas están muertas; no pueden crecer’». Por eso se fue al mercado, vendió las semillas y se quedó el dinero. Y pensó: «Cuando mi padre regrese, volveré al mercado, compraré semillas nuevas y se las daré; serán mejores que las que él me dio a mí».

Pero el tercero fue el que mejor lo hizo. Fue al jardín y espació las semillas por todas partes.

Después de tres años, cuando el padre volvió, el primer hijo abrió su cofre. Todas sus semillas estaban muertas y olían mal. Y el padre dijo: —¡Qué! ¿Son estas las semillas que yo te di? Aquellas podían crecer y dar flores de delicado perfume y estás apestan. ¡Estas no son mis semillas!

Fue al segundo hijo. Éste corrió al mercado, compró semillas, volvió a casa y dijo: —Éstas son las semillas. —Lo has hecho mejor que tu hermano mayor —dijo el padre—, pero no eres tan capaz como me gustaría.

El rey fue a su tercer hijo. Con gran esperanza y miedo en su corazón le dijo: —¿Qué has hecho? Y el tercer hijo le llevó al jardín donde pudo ver millones de plantas florecientes, millones de flores por todo. Y el hijo dijo: —Estas son las semillas que me diste. Pronto recogeré las semillas y te las devolveré. Ya están casi listas para la recolección.

—Eres mi sucesor —dijo el padre—, esto es lo que hay que hacer con las semillas.

50. Compasión.
Jesús y los cambiadores de dinero

La gente viene a mí y me pregunta qué es correcto y qué equivocado. Yo les digo: «La conciencia es acertada; la inconsciencia es una equivocación». Yo no etiqueto las acciones de acertadas o equivocadas. Yo no digo que la violencia está equivocada. A veces puede ser acertada. Yo no digo que el amor es acertado. A veces puede estar equivocado. Se puede amar a la persona equivocada, se puede usar el amor para un propósito equivocado. Alguien ama a su país. Eso es equivocado porque el nacionalismo es una maldición. Alguien ama su religión y puede matar, asesinar, puede quemar los templos de los demás. Ni el amor es siempre justo, ni el odio es siempre desacertado. Entonces, ¿qué es lo correcto y qué es lo equivocado? Para mí, la conciencia es acertada. Si eres plenamente consciente de tu ira, incluso la ira es acertada. Y si eres amoroso sin conciencia, incluso el amor puede estar equivocado. Por tanto, permite que la conciencia esté presente en cada acto que realices, en cada pensamiento que pienses, en cada sueño que sueñes. Deja que la cualidad de la conciencia penetre cada vez más en tu vida. Empápate de ella. Entonces todo lo que hagas será virtuoso. Entonces todo lo que hagas será bueno. Entonces todo lo que hagas será una bendición para ti y para el mundo en el que vives.

Dejadme que os recuerde un suceso acaecido en vida de Jesús. Tomó un látigo y entró en el gran templo de Jerusalén.

¿Un látigo en manos de Jesús…? Esto es lo que Buda indica cuando dice: «Una mano que no está herida puede manejar veneno». Sí, Jesús puede manejar un látigo, sin problema; el látigo no puede tener más poder que él. Su conciencia es tal que él permanece alerta.

Compasión

El gran templo de Jerusalén se había convertido en un lugar de ladrones. Había cambistas dentro del templo y estaban explotando a todo el país. Jesús entró sólo en el templo y dio la vuelta a los mostradores de los cambistas, tirando su dinero y creando tanto alboroto que salieron despavoridos. Ellos eran muchos y Jesús estaba solo, ¡pero tenía tanta furia, tanto fuego! Esto ha sido un problema para los cristianos: ¿Cómo explicarlo?, porque se esfuerzan por decir que Jesús es una paloma, un símbolo de la paz. ¿Cómo va a tener un látigo en la mano? ¿Cómo va a estar tan enfadado, tan furioso, que tirase por el suelo los mostradores de los cambistas y los echara del templo? Debe haber estado hecho una furia porque, de no ser así, como estaba solo, podrían haberle reducido. Su energía debe haber sido una tormenta; ellos no podían afrontarlo. Los sacerdotes y los comerciantes escaparon gritando: «¡Este hombre está loco!»

Los cristianos evitan esta historia. Pero no hace falta evitarla si uno la entiende: ¡Jesús es tan inocente! No está enfadado, es su compasión. No es violento, no es destructivo; es su amor. El látigo en su mano es el látigo en manos del amor, de la compasión.

Un hombre consciente actúa a partir de su conciencia, por tanto, no cabe el arrepentimiento; su acción es total. Y una de las bellezas de la acción total es que no crea karma; no crea nada; no deja ningún rastro en ti. Es como escribir en el agua: antes de acabar… ya se ha ido. Ni siquiera es como escribir en la arena, porque eso puede durar unas horas en caso de que no haya viento; es escribir en el agua.

Si puedes estar totalmente alerta, entonces no hay problema. Puedes manejar veneno; entonces el veneno será medicinal. En manos del sabio, el veneno se convierte en medicina; en manos de los necios, incluso la medicina, incluso el néctar, acabará convirtiéndose en veneno. Si funcionas desde la inocencia —no desde el conocimiento sino desde la inocencia del niño—, entonces no te puede ocurrir ningún mal, porque no dejas rastro. Permaneces libre de tus acciones. Vives totalmente y ninguna acción te carga.