La madurez emocional

La madurez emocional

La madurez emocional. Este artículo en audio

La madurez emocional se refiere al desarrollo de habilidades y competencias para comprender, expresar y manejar adecuadamente las emociones. Implica tener un nivel de autoconocimiento y autorregulación emocional que permite afrontar los desafíos de la vida de manera saludable y constructiva.

A continuación se presentan algunas características y aspectos importantes asociados con la madurez emocional:

  1. Autoconocimiento: La madurez emocional implica tener conciencia de las propias emociones, entender cómo se sienten y por qué surgen. Esto implica reconocer tanto las emociones positivas como las negativas, y ser capaz de identificar las causas subyacentes de las reacciones emocionales.
  2. Autorregulación: Una persona emocionalmente madura tiene la capacidad de regular y controlar sus emociones en lugar de ser dominado por ellas. Puede manejar el estrés, la ansiedad y la frustración de manera efectiva sin perder el control.
  3. Empatía: La madurez emocional implica la capacidad de comprender y empatizar con las emociones de los demás. Esto implica ser capaz de ponerse en el lugar de los demás, comprender sus perspectivas y responder de manera compasiva.
  4. Resiliencia: Una persona emocionalmente madura tiene la capacidad de hacer frente a los desafíos y adversidades de la vida de manera efectiva. Pueden adaptarse a situaciones difíciles, recuperarse de las experiencias traumáticas y aprender de ellas.
  5. Comunicación asertiva: La madurez emocional implica ser capaz de expresar de manera adecuada y respetuosa los propios sentimientos y necesidades. También implica escuchar activamente a los demás y responder de manera abierta y honesta.
  6. Tolerancia a la ambigüedad y la incertidumbre: Una persona emocionalmente madura puede lidiar con la ambigüedad y la incertidumbre sin sentirse abrumada o desestabilizada. Pueden aceptar que no siempre se puede tener control o certeza total en todas las situaciones.
  7. Responsabilidad personal: La madurez emocional implica asumir la responsabilidad de las propias emociones y acciones. En lugar de culpar a los demás o a las circunstancias externas, una persona emocionalmente madura reconoce su propia responsabilidad en sus reacciones emocionales y busca soluciones constructivas.

Es importante tener en cuenta que la madurez emocional no es un estado fijo, sino un proceso continuo de crecimiento y desarrollo personal. Requiere práctica, autoexploración y autodisciplina para cultivar las habilidades emocionales necesarias. Sin embargo, trabajar en el desarrollo de la madurez emocional puede conducir a relaciones más saludables, una mayor satisfacción personal y una mejor calidad de vida en general.

La madurez emocional
Se habla con frecuencia de que los jóvenes de hoy tardan más en llegar a la madurez que en generaciones anteriores. Asumir responsabilidades y saber enfrentarse a las dificultades de la vida, se muestra cada vez como algo más difícil de encontrar. Incluso el Doctor Aquilino Polaino Lorente, doctor en Psiquiatría y catedrático en Psicopatología escribió un libro sobre lo que él denominada «Síndrome de Peter Pan» o el de «la eterna adolescencia». ¿Qué se puede hacer en estas situaciones? ¿Cómo se puede llegar a la madurez afectiva?
La madurez afectiva
Cuando nos referimos a la madurez afectiva estamos refiriéndonos a un estrato de la personalidad muy relacionado con lo biológico (el nivel de glucosa en sangre, las hormonas, etc.) La afectividad está relacionada con la respuesta a la pregunta: «¿Cómo estás?». Esta madurez afectiva tiene mucho que ver con la propia apreciación que hacemos de nosotros mismos y de los demás.
Para lograr una personalidad equilibrada y libre, es conveniente educar en las virtudes, y, especialmente en la fortaleza y en la templanza. Con ellas cada uno podrá ser más dueño de sí mismo; y por lo tanto más libre y más feliz.
Una persona a la que la faltan virtudes, especialmente las dos ya mencionadas, no será libre sino esclava de sí misma, de los demás, de todo. Esta situación puede generar inseguridad y angustia.
La persona inmadura presenta dificultades de adaptación: choca con los demás y podría presentar trastornos de personalidad. Los síntomas que aparecen en estas personas, y que más adelante especificaremos, están en la base de diferentes psicopatologías.
Para lograr una personalidad equilibrada y libre, es conveniente educar en las virtudes, y, especialmente en la fortaleza y en la templanza.
Además, en la sociedad actual, debido a la filosofía imperante, cada vez se hace más difícil la práctica de la fortaleza y de la templanza. Hoy en día, los planteamientos hedonistas, consumistas y materialistas «ahogan a niños y jóvenes» y les dificultan desarrollarse con normalidad. Está mal visto, exigirse a uno mismo, no disfrutar de algunas cosas o no comprar el último modelo de lo que sea.
La formación de la personalidad
En la formación de la personalidad hay que tener en cuenta la influencia de los padres, de los educadores y la del ambiente en el cual se educan los jóvenes. Algunas de estas malas influencias son: potenciar la comodidad, evitar todos los disgustos a los hijos o a los alumnos y darles todo lo que pidan inmediatamente.
Actualmente los chicos adquieren antes la madurez intelectual debido a que se trabaja más este aspecto con ellos, pero tardan más en madurar afectivamente. Los profesores, tienden más a enseñar a «hacer» que enseñar a «ser». Esta metodología influye en el conocimiento, pero no facilita la madurez emocional.
Muchas personas inmaduras están afectadas de perfeccionismo. Se entregan al «hacer» y buscan la seguridad en la perfección. Como hay cosas que hacen mal, se llenan de angustia. Hoy la educación está en crisis, porque no se dan suficientes estímulos para disfrutar haciendo el bien y pasarlo mal cuando se hace lo malo.
Para la madurez afectiva es también muy importante el ambiente en el que se educa. Si el ambiente es de cariño y aceptación, la persona asimila los criterios sobre el bien y el mal. Si lo que hay es temor en la infancia, no se asimilan los valores; y al llegar a la adolescencia aparece la rebelión de una forma exagerada. La falta de cariño produce inseguridad y un sentimiento de minusvalía. Unida a la inseguridad surge la angustia.
La personalidad madura se consigue por un adecuado desarrollo de la inteligencia y la voluntad. Este proceso dura toda la vida. Siempre habrá que vencer los estados de ánimo o evitar la pereza. Si por medio de la inteligencia y la voluntad conocemos nuestros estados de ánimo, podremos controlar su desarrollo y evitaremos un sin fin de problemas.
Dos tendencias fundamentales de la personalidad son moverse y experimentar. Estas tendencias son propias de la infancia. A partir de los siete u ocho años empiezan a prevalecer las tendencias del valer y del poder. Si en la formación del carácter no se han satisfecho estas tendencias, nos encontraremos ante la inmadurez afectiva. La necesidad de ser valorado y aceptado de cada persona es tan fuerte que se pone a su servicio tanto la inteligencia como la voluntad.
Rasgos de la personalidad inmadura.
De la falta de valoración y aceptación, surgen las personalidades inmaduras. Todas ellas tienen en común la inseguridad. Esta inseguridad tiene los siguientes rasgos:

  • Sentimiento de inferioridad. Esto hace que las personas se comparen con los demás y que tiendan a ver lo negativo.
  • Angustia y nerviosismo.
  • Perfeccionismo.
  • Rigidez. La inseguridad lleva a aprender pocas cosas y a hacerlas constantemente, porque es lo que cada persona domina. Esta conducta puede provocar conflictos con los demás, ya que los demás tienen otras formas de actuar o de pensar.
  • Pesimismo: Miedo a equivocarse.
  • Inseguridad que conduce a la duda y a la indecisión. Los inmaduros dependen siempre de alguien o de las innumerables metas que se van marcando.
  • Obsesivos. Como estas personas «no pueden cometer fallos», lo planean todo.
  • Elevada auto exigencia.
  • Extroversión. Las personas inseguras se vuelven hacia los demás, pero no se conocen.
  • Baja tolerancia a la frustración. El más mínimo contratiempo les hunde.
  • Inestabilidad de ánimo.
  • Respuestas emocionales desmesuradas.
  • Susceptibilidad.

Como consecuencia de todo ello pueden aparecer obsesiones, depresiones, fobias y angustia.
Segunda parte del artículo: Cómo ayudar a las personas inmaduras.
Este artículo está basado en gran parte en las ideas de Fernando Sarrais en una conferencia sobre la madurez afectiva.

EL LENGUAJE DE LAS EMOCIONES.
La vida emocional repercute en el sistema inmunológico. Estar «sanos» depende, en gran parte, de tener un espíritu optimista aprehendiendo a conocer nuestras emociones interoceptivas y su expresión exteroceptiva.
 
Las emociones constituyen una de las facetas del ser humano más desconcertantes.
Conocer qué son y cómo funcionan es el primer paso para alcanzar el autocontrol.
 
Hay centenares de emociones pero podemos clasificar como las más primarias y principales la ira, la tristeza, la alegría, el miedo, el amor, la sorpresa, la aversión y la vergüenza que son las que se gestan en las primeras etapas del crecimiento y desarrollo del cerebro.
Cada una de ellas se experimenta con múltiples matices y además en ocasiones se combinan varias para crear nuevas modalidades
Toda emoción supone reacciones físicas encadenadas que, si bien en un primer momento son normales y hasta necesarias, cuando se prolongan o tienen lugar de forma desproporcionada aumentan los niveles de toxicidad de nuestras células, pudiendo llegar a desencadenar enfermedades orgánica.
Cada emoción predispone al cuerpo a un tipo de respuesta
 
La ira : aumenta el flujo sanguíneo hacia las manos, el ritmo cardíaco y los niveles de aquellas hormonas que, como la adrenalina, generan la cantidad de energía necesaria para emprender acciones vigorosas.
 
La tristeza : tiene la finalidad de ayudarnos a asimilar una pérdida. Conlleva la disminución de la energía y el entusiasmo con el que acometemos habitualmente las actividades vitales y sociales, y un encierro que nos permite llorar la pérdida, evaluar sus consecuencias y planificar cómo actuaremos cuando retome la energía.
Muchas veces también queda asociada a la baja tolerancia a la frustración.

La alegría: aumenta la actividad del centro cerebral encargado de inhibir los sentimientos negativos. Al crecer el caudal de energía disponible, el organismo experimenta entusiasmo para emprender cualquier tarea.

El miedo: hace que se retire la sangre del rostro y de otras zonas del cuerpo para llevarla hasta la musculatura de las piernas. De esta forma contamos con el aporte de oxígeno necesario para emprender una posible huida.
Al mismo tiempo, el cuerpo se paraliza durante fracciones de segundos y el cuerpo pensante la emplea para calibrar la respuesta más adecuada, por ejemplo, esconderse, huir..
Las conexiones nerviosas de los centros emocionales del cerebro desencadenan una respuesta hormonal que pone al organismo en estado de alerta general.
El miedo hace que aumente también el ritmo cardíaco y la presión arterial.

El amor, la ternura y la satisfacción sexual : activan el sistema nervioso parasimpático, que es el opuesto fisiológico de las respuestas «huida» o «lucha» , propias del miedo o la ira.
La reacción parasimpática está ligada a la respuesta de relajación. Conlleva un estado de calma y satisfacción que favorece la convivencia y el «comprender» al otro» en la doble acepción de la palabra, comprender, incluir y comprender es decir entender.
La sorpresa : Al producirse un arqueo de las cejas aumenta el campo visual,  se favorece la entrada de luz en la retina por lo que se obtiene información adicional sobre el acontecimiento inesperado y permite poder incluirlo en nuestro horizonte de experiencias.
La aversión: Naturalmente se produce una expresión facial que es universal: puede ser ladeo del labio superior,  fruncimiento de la nariz, arqueamiento de la frente.
Son gestos básicos que inconscientemente son necesarios y ayudan a expulsar por la boca algo de sabor desagradable que se produce interoceptivamente y/o evitar el olor molesto que se percibe desde el olfato.
Estos gestos son de utilización metafórica y sirven para expresar desaprobación.
La aversión no tiene «filtro» ni barrera de represión, es una sensación totalmente interoceptiva que queda como huella nemica desde el momento de nacimiento y primeras experiencias.
CUESTIÓN DE QUÍMICA
Las respuestas físicas mencionadas se producen cuando, a través de los sentidos, llegan al cerebro determinados estímulos. En ese momento empiezan a producirse toda clase de reacciones químicas que a través de los neurotransmisores – algo así como nuestros cables internos, «cable a tierra»- estimulan otros centros que, a su vez, segregan sustancias con funciones concretas para salir de la situación.
Así por ejemplo, la oscuridad estimula la secreción de 1 hormona llamada melatonina, que es la que induce al sueño.
Todas las predisposiciones biológicas a «las acciones» son modeladas posteriormente por nuestras experiencias vitales.
Muchas veces el entorno modela las respuestas emocionales al punto, de poder adquirir hábitos que pueden luego llegar a considerarse rasgos de personalidad.
Así, el único patrón que se ha conocido en la infancia, por ejemplo malos tratos, seguramente le hara ser violento y repetir ese  patrón conocido.
 
La mente racional invierte más tiempo que la emocional en responder a un estímulo.
El primer impulso ante cualquier situación procede del área cardiaca.
Existe también un segundo tipo de reacción emocional, más lenta, que se origina en los pensamientos.
Esta forma de activar las emociones es deliberada: si alguien te insulta y te llenaste de ira, cada vez que lo recuerdas, reproducirás la misma reacción emocional…
ORIGEN ORGÁNICO
En la parte superior de la médula espinal se encuentra el tallo encefálico, la región más primitiva del cerebro, regulador de las funciones vitales básicas- respiración, metabolismo de los órganos, etc.
De este cerebro primitivo emergieron después los centros emocionales y, millones de años más tarde, el cerebro pensante.
Nuestras primeras emociones vitales fueron producidas por los olores.
Al principio, el centro olfativo estaba compuesto sólo por dos grupos celulares: uno registraba cualquier aroma y lo clasificaba- comestible, tóxico, sexualmente disponible…- y el otro, enviaba respuestas reflejas a través del sistema nervioso, ordenando en nuestro cuerpo las acciones a llevar a cabo- comer, vomitar, etc.
Luego, el cerebro evolucionó y se conformaron nuevos grupos de células, hasta constituirse el sistema límbico. Ahí es donde se registran las emociones.
Cuando se atrapa la rabia o el miedo, se está bajo la influencia del sistema límbico. En él se encuentran el tálamo, encargado de enviar a la parte pensante del cerebro la información que recibe de los sentidos; el hipotálamo, que regula los impulsos sexuales y otros estados anímicos; el hipocampo, relacionado con el aprendizaje y la memoria; y la amígdala, que controla el miedo.
Cuando el sistema límbico se conformó, el hombre dejó de responder sólo de forma refleja a los estímulos; seguía decidiendo si comer o no un alimento en base a su olor, pero reconociendo los aromas y discriminando más conscientemente los buenos de los malos.
Este trabajo era y es realizado por el cerebro nasal, una parte del circuito límbico que constituye la base rudimentaria del cerebro pensante o neocórtex.
Con el paso de millones de años más, el neocórtex – el intelecto- siguió desarrollándose. Esta parte del cerebro nos permite experimentar sentimientos – además de coordinar nuestros movimientos- y reflexionar sobre ellos. A él debemos la supervivencia de nuestra especie y que se pusiera en marcha nuestra vida emocional: así, además de experimentar placer con el apareamiento, se crearon vínculos afectivos.
Al ir aumentando con el paso del tiempo, la masa de neocórtex, ha ido creciendo el número de conexiones neuronales con el sistema límbico, lo que incrementa la cantidad de respuestas emocionales.
De la misma manera que existe una estrecha relación entre las emociones y nuestros centros nerviosos, la vida emocional tiene repercusiones en el sistema inmunológico.
El Sistema Inmunológico, como guardián del buen estado del cuerpo, identifica cada célula del organismo y decide lo que le es propio para protegerlo y lo que le es extraño.
De ahí el rechazo que a veces se produce ante determinados trasplantes orgánicos.
Cuando experimentamos emociones negativas, nuestro aparato inmunológico ve disminuida su eficacia.
Las personas «alegres» tienen una mayor capacidad de respuesta a las agresiones tanto internas como externas.
CÓMO CONTROLARLAS
La parte más evolucionada del cerebro, el neocórtex, es la que ha de utilizarse para conseguir el control de las emociones.
Con inteligencia racional, debemos ordenar a nuestro cerebro que razone las causas de un arrebato de ira o un ataque de timidez, y luego ordenar a que la emoción se calme.
Para conseguirlo, podemos respirar de forma abdominal que son tres tiempos, se llena profundamente primero el abdomen, luego el aire pasa a los pulmones hasta exhalar por la boca. Se inhala y exhala en esos tres tiempos. Se expulsa el aire, desde el abdomen, los pulmones, la boca.
Si no encontramos razones para los arrebatos se debe dar la orden al cerebro de no perder el control.
Aplicando la capacidad de razonar al terreno emotivo, se reeducará lo que llamamos «inteligencia emocional»
Las emociones sólo se manifestarán cuando la situación lo justifica. Siempre están, solo su manifestación es selectiva.
Con paciencia se consigue controlar las emociones, tanto las innatas como las adquiridas y se equilibra así cuerpo, corazón y mente.
El yoga es de una muy buena ayuda en el proceso de control emocional.

FIN

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