Osho transformación del 11 al 20

Osho transformación del 11 al 20

Oráculo Osho transformación. Carta 11ª. Reconocimiento.

Oráculo Osho transformación. Carta 12ª. Cuestionamiento.

Oráculo Osho transformación. Carta 13ª. Dejando Ir el Conocimiento.

Oráculo Osho transformación. Carta 14ª. Autenticidad.

Oráculo Osho transformación. Carta 15ª. Estar Alerta.

Oráculo Osho transformación. Carta 16ª. Imitación.

Oráculo Osho transformación. Carta 17ª. Una Taza de Té.

Oráculo Osho transformación. Carta 18ª. Meditación.

Oráculo Osho transformación. Carta 19ª. Permaneciendo Centrado.

Oráculo Osho transformación. Carta 20ª. Ego.

11. Reconocimiento.
El maestro, el jardinero y el invitado.

El anhelo de la mente es ser extraordinaria. El ego tiene hambre y sed de reconocimiento. Algunos alcanzan ese sueño a través de las riquezas, otros a través del poder, de la política; otros realizan el sueño por medio de milagros, de juego malabares, pero el sueño permanece: «No puede soportar no ser nadie». Y eso es un milagro; cuando aceptas que no eres nadie, cuando eres tan ordinario como todo lo que te rodea, cuando no pides reconocimiento, cuando puedes existir como si no existieras. El milagro es estar ausente.

Esta historia es preciosa, una de las más hermosas anécdotas zen, y Bankei es un Maestro genial. Pero Bankei era un hombre ordinario.

En una ocasión Bankei estaba trabajando en su jardín. Llegó un buscador, un hombre que buscaba un Maestro, y preguntó a Bankei: —Jardinero, ¿dónde está el maestro?

Bankei se rio y dijo: —Espera. Atraviesa esa puerta y dentro encontrarás al Maestro.

El hombre dio la vuelta y entró. Vio a Bankei sentado en un trono, era el mismo hombre que había visto fuera, el jardinero. El buscador preguntó: —¿Estás tomándome el pelo? Baja de ese trono. Lo que haces es sacrílego, ¿es que no tienes respeto por tu Maestro?

Bankei bajó, se sentó en el suelo y dijo: —Bueno, ahora lo tienes difícil. No vas a encontrar a ningún maestro por aquí… porque yo soy el Maestro.

Reconocimiento

Al hombre le resultaba difícil ver que un gran Maestro pudiera trabajar en el jardín, que pudiera ser ordinario. Se fue. No pudo creer que aquel hombre fuera el Maestro; perdió su oportunidad.

Todo el mundo teme no ser nadie. Sólo unas cuantas personas curiosas y extraordinarias no tienen miedo de no ser nadie, como Gautama Buda o Bankei. Un nadie no es fenómeno ordinario; es una de las mayores experiencias de la vida: eres y al mismo tiempo no eres. Eres pura existencia sin nombre, sin dirección, sin límites… ni pecador ni santo, ni inferior ni superior, sólo silencio.

La gente tiene miedo porque su personalidad desaparece ante una persona así; su nombre, su fama, su respetabilidad, todo desaparece; de ahí viene el miedo. Pero la muerte se va a llevar todas esas cosas de cualquier modo. Los sabios permiten que todo eso caiga por sí mismo. Entonces a la muerte no le queda nada que llevarse. El miedo desaparece porque la muerte no puede venir a ti; no tienes nada para ella. La muerte no puede matar a quien no es nadie.

Cuando sientes que no eres nadie, te vuelves inmortal. El nirvana es esa experiencia de la nada, el silencio absoluto sin alteraciones, sin ego, sin personalidad, sin hipocresía; sólo silencio… y los insectos cantando por la noche.

De algún modo estás aquí, y, sin embargo, no eres.

Estás aquí por tu vieja asociación con el cuerpo, pero si miras dentro no eres. Y esa comprensión, donde hay puro silencio y puro ser, es tu realidad, que la muerte no puede destruir. Ésta es tu eternidad, es tu inmortalidad.

No hay nada que temer. No hay nada que perder. Si piensas que vas a perder algo —tu nombre, tu respetabilidad, tu fama— has de saber que no valen nada. Son juguetes infantiles, no son aptos para personas maduras. Y ya es hora de que madures, de que simplemente seas.

Tú ‘ser alguien’ es muy pequeño. Cuanto más eres alguien, más pequeño eres; cuanto dejas de ser alguien, más grande eres. Sé absolutamente nadie y serás uno con la existencia misma.

12. Cuestionamiento.
El profesor y su sed de respuestas

Quien se dedica a hacer preguntas se pierde en la jungla filosófica. Deja que las preguntas vayan y vengan. Observa la multitud de preguntas como observas a las personas que pasan por la calle —nada que dar, nada que tomar—, con desapego, a distancia… Cuanta más distancia haya entre tú y tus preguntas, mejor. Porque la respuesta surgirá de esa apertura.

Un profesor de filosofía fue a ver a un Maestro zen, Nan-in, y le preguntó por Dios, por el nirvana, por la meditación y muchas otras cosas. El Maestro escuchó en silencio —preguntas y más preguntas— y después dijo: —Pareces cansado. Has tenido que subir a esta montaña tan alta y vienes desde un lugar muy lejano. Déjame que te sirva una taza de té. Y el Maestro zen hizo el té.

El profesor esperó; las preguntas hervían en su interior. Y cuando el Maestro estaba haciendo el té, el samovar cantaba y el aroma del té comenzó a extenderse, el Maestro dijo al profesor: —Espera, no tengas tanta prisa. ¿Quién sabe? Quizá tus preguntas se respondan mientras tomas el té… o incluso antes.

Cuestionamiento

El profesor se sentía perdido. Empezó a pensar. «Todo este viaje ha sido una pérdida de tiempo. Este hombre parece estar loco. ¿Cómo se van a responder mis preguntas sobre Dios bebiendo un té? ¿Qué tiene una cosa que ver con la otra? Más vale que me escape de aquí cuanto antes. Pero como también se sentía cansado, pensó que sería bueno tomar una taza de té antes de retomar el camino.

El Maestro trajo la tetera, empezó a servir el té y continuó vertiéndolo. La taza estaba llena y el té empezó a rebosar sobre el platillo, pero él seguía echando. Entonces se llenó también el platillo. Una gota más y el té empezaría a derramarse por el suelo; y el profesor gritó: —¡Alto! ¿Qué haces? ¿Estás loco o qué? ¿No puedes ver que la taza ya está llena? ¿No ves que el platillo está lleno?

Y el Maestro zen dijo: —Ésta es la situación exacta en la que te encuentras: tu mente está tan llena de preguntas que, aunque las responda, no tienes lugar para las respuestas. Pero pareces un hombre inteligente. Te has dado cuenta de que, ahora, una gota más no habría ido a la taza ni al platillo, habría empezado a derramarse por el suelo. Y eso mismo te digo, desde que entraste aquí tus preguntas rebosan por todas partes. Este lugar es pequeño, ¡pero lo has llenado con tus preguntas! Vuelve, vacía la taza y después regresa. Primero has de crear un poco de espacio dentro de ti.

13. Dejando Ir el Conocimiento.
La visión obsesionante de Naropa

La verdad es tu propia experiencia, tu propia visión. Aunque yo haya visto la verdad y te la cuente, en el momento de contártela se convertirá en mentira para ti. Para mí era verdad, entró a través de mis ojos. Fue mi visión. Para ti no será tu visión, será algo prestado. Será una creencia, será conocimiento, no un conocer. Y si empiezas a creer en ella, estarás creyendo una mentira. Recuérdalo. Incluso una verdad se convierte en mentira cuando entra en tu ser por la puerta equivocada. La verdad tiene que entrar por la puerta delantera, a través de los ojos. La verdad es una visión. Uno tiene que verla.

Naropa era un gran erudito, un gran sabio, tenía diez mil discípulos. Un día estaba sentado y rodeado por miles de escrituras, muy antiguas y raras. De repente se quedó dormido, debía estar cansado, y tuvo una visión.

Vio a una mujer muy, muy mayor y horrible, una bruja. Era tan fea que empezó a temblar en sueños. Era tan asquerosa que Naropa quería escapar, pero ¿dónde podía escapar? ¿Dónde ir?

Se sentía atrapado, hipnotizado por la vieja bruja. Sus ojos eran como imanes.

Conocimiento

—¿Qué estás estudiando? —le preguntó la anciana.

—Filosofía, religión, epistemología, lengua, gramática, lógica… —dijo él.

—¿Las entiendes? —volvió a preguntar la anciana.

—Por supuesto… Sí, claro que las entiendo.

A Naropa le habían planteado miles de preguntas en su vida —miles de estudiantes preguntando e inquiriendo— pero nadie le había preguntado eso: si entendía las palabras y el sentido. Y los ojos de la mujer eran tan penetrantes: le llegaban al fondo de su ser, era imposible mentirle. A cualquier otra persona podría haberle dicho: «Por supuesto que entiendo el sentido», pero a esta mujer, a esta mujer de aspecto horrible, le tenía que decir la verdad. Y dijo: —Comprendo las palabras.

La mujer se sintió muy feliz. Empezó a bailar y a reírse, su fealdad se transformó, empezando a mostrar una belleza sutil. Entonces Naropa pensó: «Si la he hecho tan feliz, ¿por qué no hacerla un poco más feliz aún? y dijo: —Sí, y también entiendo el sentido.

La mujer dejó de reírse, dejó de bailar. Empezó a llorar y recuperó toda su fealdad; ahora era incluso mil veces más fea. Naropa dijo: —¿Por qué lloras? ¿Y por qué antes bailabas y cantabas?

—Me sentí feliz porque un gran erudito como tú no me estaba mintiendo. Pero ahora lloro porque me has mentido. Yo sé —y tú también sabes— que no comprendes el sentido.

La visión desapareció y Naropa fue transformado. Se fue de la universidad, no volvió a tocar una escritura en toda su vida. Se hizo completamente ignorante; había entendido que la mujer no era un personaje externo, era una proyección. Era el propio ser de Naropa que, a través del conocimiento, se había vuelto horroroso. Bastó esta comprensión, «no entiendo el sentido», y la fealdad se transformó inmediatamente en belleza.

La visión de Naropa es muy significativa. A menos que sientas que el conocimiento es inútil nunca saldrás en busca de la sabiduría. Llevarás la moneda falsa pensando que es un verdadero tesoro. Tienes que darte cuenta de que el conocimiento es una moneda falsa, no es conocer, no es comprender. Como mucho es algo intelectual: se comprenden las palabras pero se pierde el sentido.

14. Autenticidad.
Milarepa y el profesor falso

Lo real no es el sendero. Lo real es la autenticidad del buscador. Esto es algo que quiero resaltar. Puedes tomar cualquier camino. Si eres sincero y auténtico alcanzarás la meta. Puede que algunos caminos sean más fáciles y otros más difíciles, algunos tendrán verdes prados a ambos lados y otros avanzarán entre desiertos, unos estarán rodeados por paisajes maravillosos y desde otros no se divisará paisaje alguno, esto no es lo importante; si eres sincero y honesto, auténtico y verdadero, cada sendero te llevará a la meta. Por tanto, todo se puede reducir a una única cosa: el camino es la autenticidad. Sea cual sea el sendero que sigas, si eres auténtico, cualquier camino te conducirá al objetivo. Y lo contrario también es verdad: sea cual sea el camino que sigas, si no eres auténtico, no llegarás a ninguna parte. Sólo la autenticidad te llevará de vuelta a casa, nada más. Todos son secundarios. El elemento básico es ser auténtico, ser verdadero. los senderos

Esto es lo que se contaba de un gran místico, Milarepa.

Cuando fue a ver a su Maestro, en el Tíbet, era tan humilde, tan puro, tan auténtico, que los demás discípulos se sentían celosos de él. Estaba claro que él sería el sucesor. Y, como había fuertes rivalidades, trataron de matarlo.

Autenticidad

Un día le dijeron: —Si realmente crees en el maestro, ¿por qué no saltas desde la colina? Si realmente crees, si tienes confianza, entonces no te puede pasar nada, no te harás daño. Y Milarepa saltó sin dudar un momento. Los demás corrieron… porque había casi mil metros hasta el fondo del valle. Corrieron a encontrar los huesos desparramados, pero él estaba allí sentado y feliz, tremendamente feliz. Abrió los ojos y dijo: —Tenéis razón, la confianza protege.

Pensaron que debía haber sido una casualidad; por eso, un día que una casa se había incendiado, le dijeron: —Si amas a tu maestro y confías en él, puedes entrar. Entró corriendo a la casa para salvar a una mujer y a un niño que aún quedaban dentro. El fuego era tan fuerte que los demás discípulos esperaban que muriera, pero cuando salió con la mujer y el niño en brazos no tenía ni una quemadura. Y estaba cada vez más radiante, porque la confianza…

Un día que se dirigían a alguna parte, tenían que cruzar un río y le dijeron: —No necesitas cruzar en el bote. Como tienes tanta confianza, puedes caminar sobre el río —y él caminó.

Ésa fue la primera vez que el maestro le vio. No sabía que le habían dicho que saltase al precipicio ni que entrara en la casa en llamas. Pero en aquella ocasión estaba en la orilla, vio a Milarepa caminar sobre el agua y le dijo: —¿Qué haces? ¡Es imposible!

—¡No es imposible es absoluto! —dijo Milarepa—, lo estoy haciendo gracias a su poder, señor.

El Maestro pensó: —Si mi nombre y mi poder pueden hacer esto en este hombre ignorante y estúpido… Yo mismo nunca lo he intentado. Entonces lo intentó. Y se ahogó. No se ha vuelto a oír nada de él desde entonces.

15. Estar Alerta.
La súbita muerte del discípulo de Ekido

Permanece alerta. Has de tomar cada momento como si fuera el último. ¡Y hay muchas posibilidades de que lo sea! Por lo tanto, úsalo totalmente. Sácale todo su jugo. En esa misma totalidad estarás alerta.

El maestro japonés Ekido era un profesor severo y sus discípulos le tenían miedo. Un día, mientras daba la hora en la campana del templo, uno de sus discípulos dio un tañido de menos porque de repente se fijó en una muchacha preciosa que acaba de atravesar las puertas. Sin que el discípulo lo supiera, Ekido estaba detrás de él y le dio un golpe con su bastón; el susto hizo que al discípulo se le parara el corazón y murió.

Si piensas en esta historia te puede parecer que el Maestro mató al discípulo. Pero no es así. El discípulo iba a morir de todos modos; ése era el momento de su muerte. El Maestro lo sabía; simplemente usó el momento de su muerte para que su discípulo se iluminase.

Esto no se cuenta en la historia, pero es lo que ocurrió; de otro modo, ¿por qué iba a estar el Maestro de pie detrás de él? ¿No tenía nada mejor que hacer? En aquel momento no había nada más importante, porque su discípulo iba a morir y tenía que aprovechar esa circunstancia.

Alerta

La historia es muy hermosa y significativa. El discípulo vio pasar a una muchacha preciosa y perdió toda conciencia. Todo su ser se convirtió en un deseo: quería ir detrás de la muchacha, poseerla. El momento anterior había estado alerta y ahora ya no lo estaba.

Estaba tocando la campana plenamente alerta. Esto es parte de la meditación en un monasterio zen: cualquier cosa que hagas, hazla conscientemente. Hagas lo que hagas, permanece allí presente como una luz; entonces todo se revela. Aquel discípulo iba a estar alerta y atento en el momento de morir, y la mente le jugó una mala pasada, jugó su última carta: ¡apareció una muchacha muy hermosa! En ese momento, cuando el discípulo perdió la conciencia, el Maestro le pegó con fuerza en la cabeza.

El Maestro ve que la muerte invisible se le está acercando y golpea al discípulo para que recupere la alerta. El Maestro esperaba detrás de él.

Los Maestros siempre están esperando detrás de los discípulos, aunque no siempre físicamente; y éste es uno de los momentos más importantes, cuando la persona va a morir. El Maestro le golpeó con fuerza y su cuerpo cayó, pero por dentro estaba alerta. El deseo desapareció. Todo lo demás cayó junto con el cuerpo, se quedó destrozado; pero el discípulo estaba alerta. Y en esa alerta, murió. Y si puedes unificar la alerta con la muerte, te iluminas.

16. Imitación.
El dedo de Gutei indicando al Uno

Sé verdadero contigo mismo, porque tu propia verdad puede llevarte a la verdad definitiva. La verdad de cualquier otra persona no puede ser la tuya. Tienes una semilla dentro de ti. Sólo florecerás si esa semilla brota y se convierte en árbol; entonces sentirás el éxtasis, la bendición. Pero si sigues a otros esa semilla seguirá muerta. Y puedes acumular todos los ideales del mundo y tener mucho éxito, pero te sentirás vacío porque nada te puede llenar; sólo la semilla, cuando se convierta en árbol, te llenará. Sólo te sentirás pleno cuando tu verdad haya florecido, nunca antes.

El maestro zen Gutei solía levantar su dedo cuando explicaba cuestiones relativas al zen. Un discípulo muy joven comenzó a imitarlo, y cuando alguien le preguntaba de qué había hablado su maestro, el muchacho levantaba el dedo.

Gutei se enteró de lo que estaba ocurriendo y un día, en el momento en que lo estaba haciendo, tomó al muchacho, sacó un cuchillo, le cortó el dedo y lo tiró lejos. Cuando el chico salió corriendo, Gutei le gritó: «¡Alto!» El muchacho se detuvo, se dio la vuelta y vio a su maestro a través de las lágrimas.

Gutei tenía el dedo levantado. El muchacho fue a levantar su dedo y cuando se dio cuenta de que no estaba, hizo una reverencia. En ese momento se iluminó.

Imitación

Ésta es una historia muy extraña y hay muchas posibilidades de que la malinterpretes, porque lo más difícil de comprender en la vida es el comportamiento de una persona iluminada.

Los Maestros nunca hacen nada superfluo, ni siquiera levantar un dedo… Gutei no tenía el dedo levantado siempre, sólo cuando explicaba cosas del zen. ¿Por qué? Todos vuestros problemas surgen de que estáis fragmentados, desunidos; sois un caos, no una armonía. ¿Y qué es la meditación? Tan solo una vuelta a la unidad.

Las explicaciones de Gutei eran secundarias; lo principal era el dedo levantado. Estaba diciendo: —¡Sed uno y vuestros problemas se resolverán! El muchacho comenzó a imitarle.

Ahora bien, la imitación no te lleva a ninguna parte. Imitación significa que el ideal viene de fuera, no es algo que ocurra dentro de ti. Tienes una semilla dentro de ti; si imitas a otros, esa semilla seguirá muerta.

Gutei debe haber sido muy, muy compasivo. Sólo pudo ser tan duro por compasión: la imitación tiene que ser cortada de raíz. El dedo sólo es simbólico. El muchacho tiene que recibir un gran susto y el sufrimiento tiene que llegar hasta el centro mismo de su ser. Un momento de intensa conciencia, una gran herramienta…

Gutei gritó: «¡Alto!» En el momento en que se paró, el muchacho ya no sentía dolor. A causa de su viejo hábito, cuando el maestro eleva su dedo, el muchacho trata de elevar el suyo, que ya no está allí. Y por primera vez en su vida se da cuenta que no es el cuerpo; es atención, conciencia. Es un alma, y el cuerpo sólo es una casa.

Eres la luz que habita en el interior; no la lámpara, sino la llama.

17. Una Taza de Té.
El párpado de Bodhidharma y los orígenes del té

La conciencia llega a través de la sensibilidad. Hagas lo que hagas, tienes que ser más sensible, de modo que incluso algo tan trivial como hacer el té… ¿Puedes pensar en algo más trivial que hacer el té? ¿Puedes pensar en algo más ordinario que el té? No, no puedes; y los monjes y maestros zen han elevado algo tan ordinario a la categoría de lo más extraordinario. Han tendido el puente entre «esto» y «eso» … como si el té y Dios se hubieran hecho uno. A menos que el té sea divino tú tampoco lo serás, porque lo más bajo tiene que ser elevado a lo más alto, lo ordinario tiene que ser elevado a extraordinario, la tierra tiene que convertirse en el cielo. Ha de tenerse el puente, no debe quedar separación.

El té fue descubierto por Bodhidharma, el fundador del zen. La historia es muy hermosa. Estuvo meditando durante nueve años, mirando a la pared. Nueve años mirando a la pared, continuamente… por tanto, es natural que en algún momento empezara a quedarse dormido.

Luchó y luchó con el sueño; recuerda, el sueño metafísico, la inconsciencia. Quería permanecer consciente incluso mientras dormía. Quería lograr la continuidad de conciencia: la llama debía arder de día y de noche, las veinticuatro horas. Esto es dhyana, esto es meditación: ser consciente.

Una noche sintió que le sería imposible permanecer despierto; se estaba quedando dormido. ¡Se cortó los párpados y los arrojó lejos de sí! Ahora ya no podía cerrar los ojos.

Es una historia muy hermosa. Para llegar a los ojos internos, hay que deshacerse de los ojos externos. Ése es el alto precio que hay que pagar. ¿Y qué pasó? Después de unos días descubrió que los párpados que había arrojado al suelo habían empezado a germinar y estaban dando dos brotes. Se convirtieron en la planta de té.

Por eso, cuando bebes té, algo de Bodhidharma entra en ti y no puedes quedarte dormido. Bodhidharma estaba meditando en una montaña llamada T’a, y de ahí viene el nombre de té, de la montaña donde Bodhidharma meditó durante nueve años.

Es una parábola. Cuando el maestro zen dice: —Tómate una taza de té —en realidad está diciendo—: prueba un poco de Bodhidharma. No te preocupes de cuestiones como si Dios existe o no, quién creó el mundo, dónde están el cielo y el infierno o cual es la teoría del karma y el renacimiento.

Cuando el maestro zen dice: —Olvídate de todo. Tómate una taza de té —te está diciendo—: Es mejor que te hagas más consciente, no entres en todo ese sin sentido. No te va a ayudar en absoluto.

18. Meditación.
¿En qué lado de tu paraguas has dejado tus zapatos?

Haz las pequeñas cosas de tu vida con una conciencia relajada. Mientras comas, come totalmente: mastica totalmente, saborea totalmente, huele totalmente. Toca el pan, siente la textura. Huele el pan, huele el sabor. Mastícalo, deja que se disuelva en tu ser y permanece consciente; entonces estás meditando. Y entonces la meditación no está separada de la vida. Cuando la meditación está separada de la vida algo va mal. Se vuelve en contra de la vida. Entonces uno empieza a pensar en ir a un monasterio o a una cueva del Himalaya. Entonces uno quiere escapar de la vida, porque la vida parece distraernos de la meditación. La vida no es una distracción, la vida es la ocasión de meditar.

Un discípulo vino a ver a Ikkyu, su maestro. El discípulo ya llevaba cierto tiempo practicando. Estaba lloviendo y, al entrar, dejó los zapatos y el paraguas fuera.

Después de presentar sus respetos, el maestro le preguntó a qué lado de los zapatos había dejado el paraguas.

Ahora bien, ¿qué tipo de pregunta es esta…? Uno no espera que los maestros pregunten tonterías… más bien espera que hablen de Dios, del despertar de la kundalini, de la apertura de los chacras, de luces que aparecen en la cabeza. Uno pregunta cosas ocultas, esotéricas. Pero Ikkyu hizo una pregunta muy ordinaria. Ningún santo cristiano, ningún monje jaina, ningún swami hindú la hubiera planteado. Sólo lo puede hacer alguien que esté con Buda, en Buda, alguien que sea realmente un buda.

Meditación

El maestro preguntó a qué lado de los zapatos había dejado el paraguas. Ahora bien, ¿qué tienen que ver los zapatos y los paraguas con la espiritualidad? Si se te hubiera planteado la misma pregunta a ti, te habrías sentido molesto. ¿Qué clase de pregunta es ésta? Pero hay algo tremendamente valioso en ella. Si hubiera preguntado algo sobre Dios, sobre la kundalini o los chacras, eso habría sido necio, totalmente carente de sentido. Pero esta pregunta tiene sentido. El discípulo no lo podía recordar, ¿a quién le importa donde se dejan los zapatos y de qué lado se deja el paraguas, a la izquierda o a la derecha? ¿A quién le puede importar? ¿Quién presta tanta atención a los paraguas? ¿Quién piensa en los zapatos? ¿Quién es tan cuidadoso? Pero eso fue suficiente. El discípulo fue rechazado.

Ikkyu le dijo: —Ve y medita siete años más.

—Siete años —dijo el discípulo—, ¿por esta pequeña falta?

Ikkuy respondió: —Esto no es una pequeña falta. Las faltas no son grandes o pequeñas; simplemente no estás viviendo meditativamente, eso es todo. Ve, medita siete años más y después vuelve.

Éste es el mensaje esencial:

Sé cuidadoso, cuidadoso con todo. Y no establezcas distinciones entre las cosas, esto es trivial y lo otro espiritual. Depende de ti. Presta atención, sé cuidadoso, y todo se convierte en espiritual. No prestes atención, no seas cuidadoso, y todo se convierte en profano.

Tú eres el que imparte la espiritualidad, es tu regalo al mundo.

Cuando un maestro como Ikkyu toca su paraguas, el paraguas es tan divino como puede serlo cualquier otra cosa. La energía meditativa es alquímica. Transforma los metales básicos en oro; transforma lo más bajo en lo más alto.

Y en la cumbre última, todo es divino. Este mismo mundo es el paraíso, y este mismo cuerpo es el cuerpo de buda.

19. Permaneciendo Centrado.
El monje y la prostituta

Estés donde estés, céntrate más, permanece más alerta, vive más conscientemente. No hay ningún otro lugar donde ir. Todo lo que tiene que ocurrir, tiene que ocurrir dentro de ti y está en tu mano. No eres un muñeco y los hilos que te mueven no están en las manos de nadie. Eres un individuo absolutamente libre. Si decides permanecer en la ilusión, puedes hacerlo durante muchas, muchas vidas. Si decides salir de ella, basta con la decisión de un momento. Puedes salir de la ilusión ahora mismo.

Buda estaba en Vaishali, donde vivía Amrapali; Amrapali era una prostituta. En los tiempos de Buda, en la India, la costumbre mandaba que a la mujer más hermosa de la ciudad no se le permitiera casarse con nadie porque eso crearía celos, conflictos, luchas. Por eso la mujer más bella tenía que convertirse en la nagarvadhu: la esposa de toda la ciudad.

No era algo deshonroso; al contrario, eran muy respetadas. No eran prostitutas ordinarias. Sólo eran visitadas por los más ricos, los reyes, los príncipes, generales: el estrato más elevado de la sociedad.

Amrapali era muy hermosa. Un día estaba de pie en su terraza y vio a un joven monje budista. Nunca se había enamorado de nadie, y se enamoró de él de repente; un hombre joven con una gran presencia, conciencia, gracia. Su manera de andar… Corrió a él y le dijo: —Dentro de tres días va a empezar la estación de las lluvias… Los monjes budistas no se trasladan durante los cuatro meses que dura la época de las lluvias. —Te invito a quedarte en mi casa durante esos cuatro meses —dijo Amrapali.

Centrado

—Se lo preguntaré a mi maestro. Si me lo permite, vendré —respondió el joven monje.

El monje vino, tocó los pies de Buda y le contó la historia: —Me ha pedido que me quede cuatro meses en su casa. Le he dicho que se lo diría a mi maestro y por eso he venido… lo que tú digas.

Buda le miró a los ojos y dijo: —Puedes quedarte allí.

Fue una gran sorpresa. Diez mil monjes… Se hizo un gran silencio, pero había mucho enfado, muchos celos. Cuando el monje se fue a casa de Amrapali, los demás empezaron a comentar: —Toda la ciudad está asombrada. Sólo se habla de una cosa: que un monje budista está en casa de Amrapali.

—Guardad silencio —dijo Buda—, confío en mi monje. Le he mirado a los ojos y no he visto deseo en ellos. Si hubiera dicho que no, él no lo habría sentido en absoluto. Le dije que sí… y él se ha ido. Confío en su conciencia, en su meditación. ¿Por qué estáis tan agitados y preocupados?

Cuatro meses después el monje volvió, tocó los pies de Buda, y detrás de él venía Amrapali vestida como una monja budista. Tocó los pies de Buda y dijo: —He intentado mis mejores artes para seducir a tu monje, pero fue él quien me sedujo a mí. Me ha convencido con su presencia y con su conciencia de que la verdadera vida es la que se halla a tus pies.

Y Buda dijo a la asamblea: —¿Estáis ahora satisfechos o no? Si la meditación es profunda, si la conciencia es clara, nada puede alterarla. Y Amrapali se convirtió en una de las mujeres iluminadas entre los discípulos de Buda.

20. Ego.

La mujer y el cruce del río

El ego es un fenómeno social; es la sociedad, no eres tú. Pero te da una función en sociedad, un lugar en la jerarquía social. Y si te quedas satisfecho con él, perderás la oportunidad de encontrar tu verdadero ser. ¿Te has dado cuenta alguna vez de que a través del ego entran en ti todo tipo de desgracias? No puede hacerte dichoso; sólo puede hacerte desgraciado. El ego es el infierno. Cuando sufras, trata de observar y analizar, y descubrirás que de algún modo el ego es la causa del sufrimiento.

Dos monjes budistas están volviendo al monasterio y llegan a la orilla de un río. La corriente es muy fuerte, es un lugar montañoso. Una muchacha joven y muy hermosa está esperando allí a que alguien le ayude a cruzar. Teme entrar en el río sola.

Uno de los monjes, que es el mayor de los dos, por supuesto… como tiene más edad camina por delante: un juego del ego. Si eres mayor, tienes que caminar por delante; los monjes más jóvenes tienen que caminar un poco más atrás. El monje más anciano va el primero. La joven le pregunta: —¿Me ayudaría? Bastaría con que me diese la mano. Me da miedo, la corriente es muy fuerte y el río tal vez sea profundo.

El anciano cierra los ojos; esto es lo que Buda había dicho a sus monjes, que, si veían una mujer, en especial si es hermosa, debían cerrar los ojos. Es algo que me sorprende: ya la has visto y después cierras los ojos; si no la hubieses visto, ¿cómo sabrías que es mujer y que es hermosa? Ya te ha afectado, ¡y entonces cierras los ojos! Por tanto, el monje cierra los ojos y entra en el río sin responder a la mujer.

Ego

Entonces llega el segundo monje, el más joven. La muchacha tiene miedo, pero no puede hacer otra cosa: el sol está a punto de ocultarse, pronto se hará de noche. Por tanto, le pide al monje: —¿Me darías la mano para ayudarme a cruzar, por favor? El río parece profundo y la corriente es muy fuerte… tengo miedo.

El monje dice: —Es profundo, lo sé, no basta con que te coja de la mano; siéntate sobre mis hombros y te llevaré al otro lado.

Cuando están llegando al monasterio, el monje más anciano pregunta al joven: —Escucha, compañero, has cometido un pecado y voy a informar de que no sólo tocaste a una mujer y hablaste con ella, ¡sino que la llevaste a hombros! Debes ser expulsado de la comunidad; no mereces ser un monje.

El joven simplemente se rio y dijo: —Parece que yo dejé a la muchacha en el suelo hace tres kilómetros y tú sigues llevándola a hombros. Hemos recorrido tres kilómetros y sigues preocupado por el incidente.

Ahora bien, ¿qué está ocurriendo con este viejo monje? La muchacha era preciosa; ha perdido la oportunidad. Está enfadado, celoso. Está lleno de sexualidad, está hecho un verdadero lío. El joven está completamente limpio. Cruzó el río con la muchacha y la dejó en la otra orilla, y eso es todo, la cosa acabó allí mismo.

Nunca luches con la avaricia, el ego, la ira, los celos, el odio; no puedes matarlos, no puedes aplastarlos, no puedes luchar con ellos. Lo único que puedes hacer es tomar conciencia de ellos y, en el momento en que tomas conciencia, desaparecen. Ante la luz, la oscuridad simplemente desaparece.