Osho transformación del 31 al 40
Oráculo Osho transformación. Carta 31ª. Desapego.
Oráculo Osho transformación. Carta 32ª. Más Allá de la Pequeña Familia.
Oráculo Osho transformación. Carta 33ª. Renovación.
Oráculo Osho transformación. Carta 34ª. Rabia.
Oráculo Osho transformación. Carta 35ª. Dominio de los Estados de Ánimo.
Oráculo Osho transformación. Carta 36ª. Las Puertas del Infierno.
Oráculo Osho transformación. Carta 37ª. Las Puertas del Cielo.
Oráculo Osho transformación. Carta 38ª. Transmutación.
Oráculo Osho transformación. Carta 39ª. Energía.
Oráculo Osho transformación. Carta 40ª. Integridad.
31. Desapego. Hakuin y el niño pequeño |
Siente continuamente algo dentro de ti que es igual, pase lo que pase en la periferia. Cuando alguien te insulte, céntrate en el punto donde sólo le escuchas, sin hacer nada, sin reaccionar, simplemente escucha. Te está insultando. Y después alguien te alaba; simplemente escucha. Insulto-alabanza, honor-deshonor, simplemente escucha. Tu periferia se alterará. Obsérvalo, no trates de cambiarlo. Míralo; permanece profundamente centrado, mirando desde allí. Así lograrás un desapego que no es forzado, un desapego espontáneo, natural. Y una vez que percibas ese desapego espontáneo, nada podrá alterarte.
En el pueblo donde vivía el gran maestro zen Hakuin, una muchacha se quedó embarazada. Su padre le presionó para que declarara quién era su amante y, al final, para huir del castigo, ella dijo que era Hakuin. El padre no dijo nada más, pero cuando llegó el momento y el niño nació, se lo llevó inmediatamente a Hakuin y lo tiró al suelo ante él. —Parece que se trata de tu hijo —dijo, y se puso a insultarle por aquel asunto tan desgraciado.
—Ah, ¿es así? —respondió Hakuin. Tomó al retoño en sus brazos. A partir de entonces, donde quiera que iba llevaba al niño consigo, envuelto en la manga de su túnica. Durante los días lluviosos y las noches tormentosas salía a mendigar leche por las casas vecinas. Muchos de sus discípulos, considerándolo caído, le daba la espalda y se iban. Y Hakuin no decía palabra.
Desapego
Entre tanto, la madre se dio cuenta de que no podía soportar la agonía de estar separada de su hijo. Confesó el nombre del verdadero padre y su propio padre corrió a postrarse a los pies de Hakuin, implorándole una y otra vez que le perdonara. Hakuin sólo dijo: —Ah, ¿es así? —y le devolvió al niño.
Para el hombre ordinario lo que dicen los demás importa demasiado porque no tiene nada propio. Lo que piensa que es, sólo es una colección de opiniones de otros. Alguien le ha dicho: «Eres precioso», otra persona le ha dicho: «Eres inteligente», y ha ido coleccionando todas esas frases. Por lo tanto, siempre tiene miedo: no debe comportarse de tal manera que pierda su reputación, su respetabilidad. Siempre tiene miedo de la opinión pública, de lo que dicen los demás, porque lo único que sabe de sí mismo es lo que le dicen los demás. Si lo retiran, le dejan desnudo. Entonces ya no sabe quién es, si es feo o guapo, inteligente o tonto. No tiene ni una vaga idea de su propio ser; depende de los demás.
Pero el hombre que está en meditación no necesita las opiniones de los demás. Se conoce a sí mismo, por eso no importa lo que digan. Aunque todo el mundo diga algo que va en contra de su experiencia, simplemente se reirá. Esa puede ser, como mucho, la única respuesta. Pero no va a dar ningún paso para cambiar la opinión de la gente. ¿Quiénes son ellos? Ni siquiera se conocen a sí mismos y están tratando de ponerle etiquetas. Rechazará las etiquetas. Simplemente dirá: «Soy lo que soy, y así es como voy a ser».
32. Más Allá de la Pequeña Familia. Nadie es mi madre |
Naces con un gran potencial de inteligencia. Naces con una luz interna. Escucha a esa suave y tranquila vocecita interna, y ella te guiará. Nadie más puede guiarte, nadie puede ser un modelo para tu vida porque eres único. No ha existido nadie que fuera exactamente como tú y tampoco existirá. Ésta es tu gloria, tu grandeza: que eres totalmente irremplazable, que sólo eres tú mismo y nadie más.
Jesús era niño y su padre y su madre habían venido al gran templo para el festival anual. Jesús se perdió entre la multitud y sus padres tardaron en encontrarlo hasta el anochecer. Estaba sentado con los eruditos, y aunque sólo era un niño, discutía cosas con ellos.
Su padre le dijo: —Jesús, ¿qué haces aquí? Hemos estado muy preocupados por ti.
Jesús dijo: —No os preocupéis. Estaba ocupándome de las cosas de mi padre.
—Yo soy tu padre, ¿qué tipo de asuntos has estado atendiendo? Yo soy carpintero.
—Mi padre está en el cielo —respondió Jesús—. Tú no eres mi padre.
Así como el niño tiene que dejar el cuerpo de la madre —tiene que salir del útero, si no morirá— lo mismo ocurre mentalmente. Un día tiene que salir del útero de su padre y de su madre. No sólo físicamente, también mentalmente; y no sólo mentalmente, también espiritualmente.
Familia
Y cuando nace el niño espiritual, rompe con el pasado completamente y por primera vez se convierte en un yo, una realidad independiente que está de pie sobre sus propios pies. Antes de eso era parte de su madre, de su padre o de su familia, pero nunca era él mismo.
Hagas lo que hagas, pienses lo que pienses, decidas lo que decidas, observa: ¿Viene de ti o está hablando otra persona? Y te sorprenderá descubrir la voz real; quizá se trate de tu madre, vuelves a escucharla hablar. Tal vez sea tu padre; la voz no suele resultar difícil de detectar. Permanecen ahí, grabadas en ti exactamente del mismo modo que cuando las oíste por primera vez: el consejo, la orden, la amonestación, el mandato.
Puede que descubras a mucha gente: el sacerdote, los profesores, los amigos, los vecinos, los parientes. No hace falta luchar. Por el simple hecho de saber que no es tu voz sino la de otra persona —sea quien sea— sabes que no la vas a seguir. Sean cuales sean las consecuencias, estás decidiendo moverte por ti mismo, estás decidiendo ser maduro. Ya llevas mucho tiempo siendo un niño, llevas mucho tiempo siendo dependiente. Ya has oído y dependido de esas voces el tiempo suficiente. ¿Y dónde te han llevado? A hacerte un lío.
Por eso, cuando descifres de quién es la voz, dile adiós… porque la persona que te dio esa voz no era tu enemiga. No tenía mala intención, aunque ésa no es la cuestión. La cuestión es que te impuso algo que surge de tu fuente interna; y cualquier cosa que venga del exterior te convierte en un esclavo psicológico.
Sólo tu propia voz te llevará al florecer, a la libertad.
33. Renovación. La herencia de Buda |
Cuando no hay pasado, cuando no hay futuro, sólo entonces hay paz. El futuro significa aspiraciones, logros, objetivos, ambiciones, deseos. No puedes estar aquí y ahora, siempre estás corriendo tras algo, yendo a alguna parte. Uno tiene que estar totalmente presente al presente, entonces es cuando hay paz. Y de ahí surge la renovación de la vida, porque la vida sólo conoce un tiempo, y ese tiempo es el presente. El pasado está muerto; el futuro sólo es una proyección del pasado muerto. ¿Qué puedes pensar del futuro? Piensas en términos del pasado, ya que es lo que conoces, y lo proyectas, aunque mejorado, por supuesto. Es más hermoso, está decorado; todos los dolores han desaparecido y sólo quedan los placeres, pero sigue siendo el pasado. El pasado no es, el futuro no es, sólo el presente es. Estar en el presente es estar vivo, en el óptimo, y eso es renovación.
Justo un día antes de que Gautama Buda dejara su palacio para salir en busca de la verdad, su esposa había tenido un hijo. Es una historia tan humana, tan hermosa…
Antes de irse del palacio quería ver el rostro de su hijo al menos una vez, el símbolo de su amor por su esposa. Por eso entró en su habitación. Ella estaba dormida y el niño estaba cubierto bajo una manta. Quería apartar la manta y descubrir el rostro del niño porque quizá no volvería nunca. Estaba a punto de salir a realizar una peregrinación desconocida. Estaba arriesgándolo todo: su reino, su esposa, su hijo, a sí mismo, por buscar la iluminación, algo de lo que había oído hablar y que sólo era una posibilidad que había ocurrido a un puñado de personas que la habían buscado.
Renovación
Tenía tantas dudas como cualquiera de vosotros, pero había llegado el momento de tomar la decisión. Estaba determinado a partir. Pero la mente humana, la naturaleza humana… Simplemente quería ver; ni siquiera había visto el rostro de su propio hijo. Pero tenía miedo de que si movía la manta… si Yashodhara, su esposa, se despertase, le preguntaría: «¿Qué haces en mi habitación en medio de la noche?, y pareces preparado para ir a alguna parte».
Estaba a punto de salir y había dicho al conductor de la carreta: «Sólo un minuto. Déjame ver el rostro de mi hijo. Puede que no regrese nunca». Pero no pudo mirar por miedo a que, si Yashodhara se despertaba, empezaría a llorar y lamentarse: «¿Dónde vas? ¿Qué haces? ¿De qué renunciación me hablas? ¿Qué es la iluminación?» Y uno nunca sabe lo que va a hacer una mujer, ¡podría despertar a todo el palacio! Su padre vendría y todo se iría al traste. Así es que simplemente se escapó…
Doce años después, cuando estaba iluminado, lo primero que hizo fue volver a su palacio para pedir perdón a su padre, a su esposa, a su hijo que ahora debía tener doce años. Se daba cuenta de que estarían enfadados. El padre estaba muy enfadado; fue el primero en venir a saludarle y estuvo insultándole durante media hora. Pero se dio cuenta de que él estaba diciendo muchas cosas y su hijo estaba allí como una estatua de mármol, como si nada le afectara.
El padre le miró, y Gautama Buda dijo: —Eso es lo que quería. Por favor, seca tus lágrimas. Mírame: no soy el muchacho que se fue del palacio. Tu hijo murió hace años. Yo me parezco a él, pero mi conciencia es muy diferente. Simplemente mira.
—Lo veo. He estado insultándote durante media hora y esto prueba que has cambiado. Recuerdo lo temperamental que eras: no podrías haberte quedado en silencio. ¿Qué te ha ocurrido?
—Te lo contaré, pero déjame ver primero a mi esposa y a mi hijo. Deben estar esperando; deben saber que he venido.
Y lo primero que le dijo su esposa fue: —Puedo ver que estás transformado. Estos doce años han sido un gran sufrimiento, pero no porque te hubieras ido; he sufrido porque no me lo dijiste. Si simplemente me hubieras dicho que ibas a buscar la verdad, ¿crees que te lo habría impedido? Me has insultado gravemente. Ésta es la herida que he estado llevando durante doce años. Yo también pertenezco a la casta guerrera, ¿piensas que soy tan débil que me hubiera puesto a gritar y a llorar y que habría tratado de detenerte?
Todos estos años mi único sufrimiento fue que no confiaste en mí. Te lo habría permitido, te hubiera dado un regalo de despedida, habría salido al carro a decirte adiós. En primer lugar, quiero plantearte la única pregunta que ha estado en mi cabeza todos estos años, y es que cualquier cosa que hayas logrado… y ciertamente parece que has logrado algo.
Ya no eres la misma persona que se fue de este palacio; irradias una luz diferente, tu presencia es totalmente nueva y fresca, tus ojos son tan claros y puros como un cielo sin nubes. Te has vuelto tan hermoso… siempre fuiste hermoso, pero ahora parece que tu belleza no es de este mundo. Alguna gracia ha descendido sobre ti desde el más allá. Mi pregunta es, sea lo que sea lo que hayas conseguido, ¿no era posible conseguirlo aquí, en palacio? ¿Puede el palacio impedir que se manifieste la verdad?
Es una pregunta tremendamente inteligente, y Gautama Buda tuvo que admitirlo: —Podría haberlo conseguido aquí, pero en aquel momento no lo sabía. Ahora puedo decir que lo podría haber conseguido aquí, en este palacio; no era necesario ir a las montañas ni a ninguna otra parte. Tenía que ir dentro, y eso podría haberlo hecho en cualquier lugar. Este palacio es un lugar tan bueno como cualquier otro, pero ahora puedo decir eso, que entonces no tenía ni idea de que era así. Perdóname porque no es que no confiara en ti o en tu coraje. De hecho, dudaba de mí mismo: si te hubiera despertado y hubiera visto a nuestro hijo, podría haber comenzado a preguntarme: «¿Qué estoy haciendo dejando a mi preciosa esposa, que me ama con todo su amor, con toda devoción? Y dejando a mi hijo que sólo tiene un día… Si tengo que dejarlo, ¿por qué le he dado la vida? Estoy evadiendo mis responsabilidades».
Si mi anciano padre hubiera despertado me hubiera sido imposible partir. No era que no confiara en ti; en realidad no confiaba en mí mismo. Sabía que había una vacilación; no era total en la renuncia. Una parte de mí decía: «¿Qué haces?» y otra parte de mí decía: «Es el momento de hacerlo. Si no lo haces ahora se hará cada vez más difícil. Tu padre se está preparando para coronarte. Y cuando seas coronado rey, será más difícil».
Yashodhara le dijo: —Ésta es la única preguntar que quería plantearte, y estoy inmensamente feliz de que hayas sido absolutamente veraz al decir que podías alcanzar la verdad aquí o en cualquier parte. Ahora bien, tu hijo, que está allí de pie, un niño de doce años, ha estado preguntando por ti continuamente, y yo le he dicho: «Espera, él volverá; no puede ser tan cruel, no puede ser tan rudo, no puede ser tan inhumano. Un día vendrá. Quizá lo que ha salido a realizar le lleve tiempo; una vez que lo consiga, lo primero que hará será regresar».
Así pues, tu hijo está aquí y quiero que me digas, ¿cuál va a ser tu herencia para él? ¿Qué tienes para darle? Le has dado la vida, ¿qué más le darás ahora?
Buda no tenía nada excepto un cuenco para mendigar, por tanto, llamó a su hijo que tenía por nombre Rahul. Llamó a Rahul cerca de sí y le dio su cuenco de mendigar. Le dijo: —No tengo nada. Ésta es mi única posesión; desde ahora en adelante tendré que usar mis manos como recipiente para tomar los alimentos. Dándote este cuenco te inicio en el sannyas. Ése es el único tesoro que he encontrado y me gustaría que tú también lo encontrases.
Y dijo a Yashodhara: —Tienes que prepararte para formar parte de mi comuna de sannyasins —e inició a su esposa. El anciano rey se acercó y estaba observando toda la escena. Dijo a Gautama Buda: —¿Entonces vas a dejarme fuera? ¿No quieres compartir lo que has hallado con tu anciano padre? Mi muerte está cerca… iníciame a mí también.
Buda dijo: —De hecho, he venido a llevaros a todos conmigo, porque he encontrado un reino mucho más grande, un reino que durará siempre, que no puede ser conquistado. He venido aquí para que pudierais sentir mi presencia, para que pudierais sentir mi realización, y yo pudiera persuadiros de que os seáis mis compañeros de viaje.
34. Rabia. El monje de la ira ingobernable |
La próxima vez que te sientas iracundo, ve y da siete vueltas a la casa, y después siéntate debajo de un árbol y observa dónde se ha ido tu ira. No la has reprimido, no la has controlado, no se la has echado encima a nadie… La ira sólo es un vómito mental; no hace falta echarla encima de nadie. Corre un poco, o toma una almohada y golpéala hasta que se te relajen las manos y los dientes. En la transformación nunca controlas, simplemente te haces más consciente. Estás iracundo, es un fenómeno muy hermoso, es como electricidad en las nubes…
Un estudiante zen vino donde Bankei y le dijo: —Maestro, tengo un genio ingobernable. ¿Cómo puedo curarlo?
—Muéstrame tu genio —dijo Bankei—, esto suena fascinante.
—Ahora mismo no lo tengo —dijo el estudiante— por eso no puedo enseñártelo.
—Bueno, entonces —dijo Bankei— tráemelo cuando lo tengas.
—Pero no puedo traértelo justo en el momento en que lo tengo —protestó el estudiante—, surge inesperadamente y seguro que se me pasará antes de llegar hasta ti.
—En ese caso —dijo Bankei— no puede ser parte de tu verdadera naturaleza. Si lo fuera, podrías mostrármelo en todo momento. Cuando naciste no lo tenías, entonces debe venirte del exterior. Te sugiero que cuando quiera que entre en ti, te pegues con una vara hasta que ese humor no pueda soportarlo y se tenga que ir.
Ira
Incluso en medio de la ira, si tomas conciencia de ella, se cae. ¡Pruébalo! Justo en medio, cuando estás muy excitado y te gustaría matar a alguien… de repente toma conciencia y te darás cuenta de que algo ha cambiado: una marcha interna, puedes sentir el click, tu ser interno se ha relajado.
Puede que a tus capas externas les cueste relajarse, pero el ser interno ya está relajado. La cooperación está rota… ahora ya no estás identificado. El cuerpo necesitará algo de tiempo para calmarse, pero en lo más profundo todo está en calma.
Lo que hace falta es la conciencia, no la condena; y a través de la conciencia la transformación ocurre espontáneamente. Si tomas conciencia de tu ira, la comprensión penetra. Simplemente observando, sin juicio, sin decir que es bueno, sin decir que es malo, simplemente observando tu cielo interior. Hay relámpagos, ira, tienes calor, todo tu sistema nervioso tiembla y se mueve, sientes un temblor por todo tu cuerpo; un momento precioso, porque cuando la energía está en funcionamiento resulta fácil observarla; cuando no está en funcionamiento no puedes observar.
Cierra los ojos y medita sobre ella. No luches, simplemente mira a lo que está ocurriendo: todo el cielo lleno de electricidad, tantos relámpagos, tanta belleza; simplemente túmbate en el suelo y observa el cielo. A continuación, haz lo mismo internamente. Alguien te ha insultado, alguien se ha reído de ti, alguien te ha dicho esto o lo otro… muchas nubes, nubes negras en el cielo interno y muchos relámpagos y rayos. ¡Observa!
Es una escena preciosa, aunque también es terrible porque no la entiendes. Es misteriosa, y cuando no se entiende el misterio, se vuelve terrible, da miedo. Pero cuando se entiende un misterio, se convierte en una gracia, en un don, porque ahora tienes las llaves, y con las llaves eres el amo.
35. Dominio de los Estados de Ánimo. El secreto del anillo |
Pensar «soy la mente», es inconsciencia. Saber que la mente sólo es un mecanismo como lo es el cuerpo, saber que la mente está separada… Viene la noche y después viene la mañana; y tú no te identificas con la noche. No dices: «Soy la noche»; y tampoco dices: «Soy la mañana». Viene la noche y después viene la mañana; viene el día y después vuelve la noche; la rueda continúa girando, pero tú te das cuenta de que no eres estas cosas. Lo mismo ocurre con la mente. Aparece la ira, pero tú te olvidas: te conviertes en ira. Viene la avaricia y te olvidas: te conviertes en avaricia. Se presenta el odio y te olvidas: te conviertes en odio. Eso es inconsciencia. Conciencia es darse cuenta de que la mente está llena de avaricia, llena de ira, llena de odio o llena de lujuria, pero tú sólo eres un observador. Entonces puedes ver cómo surge la avaricia y se convierte en una gran nube oscura que después se dispersa; y tú no has sido tocado. ¿Cuánto tiempo pueden quedarse? Tu ira es momentánea, tu avaricia es momentánea, tu lujuria es momentánea. Simplemente observa y te quedarás sorprendido: vienen y se van. Y tú permaneces allí, intocado, fresco, tranquilo.
La cosa más básica a recordar es que cuando te sientas bien, en un estado de éxtasis, no debes pensar que va a ser un estado permanente. Vive el momento tan alegremente, tan animadamente como puedas, sabiendo muy bien que ha venido y se irá, como la brisa que entra en tu casa, con toda su fragancia y frescor, y sale por la otra puerta.
Ánimo
Esto es lo más fundamental. Si piensas que puedes hacer que tus momentos de éxtasis sean permanentes, ya has empezado a destruirlos. Cuando vengan, agradécelos; cuando se vayan, siéntete agradecido a la existencia. Permanece abierto. Ocurrirá muchas veces; no enjuicies, no seas un elector. Permanece libre de elecciones. Sí, habrá momentos en los que te sentirás desgraciado. ¿Y qué? Hay personas que se sienten desgraciadas y no han conocido ni un momento de éxtasis; tú eres afortunado. Incluso en medio de tu desgracia, recuerda que no va a ser permanente; también pasará, por eso no dejes que te altere demasiado. Permanece sereno.
Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza; acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza, son la naturaleza misma de las cosas. Y simplemente eres un observador: no te conviertes ni en la felicidad ni en la desgracia. La felicidad viene y se va, la desgracia viene y se va. Pero hay algo que siempre está allí —siempre y en todo momento— y ése es el observador, el testigo.
Poco a poco ve centrándote más en el observador. Vendrán días y vendrán noches… vendrán vidas y vendrán muertes… vendrán éxitos y fracasos. Pero si permaneces centrado en el observador —porque es la única realidad en ti— todo es un fenómeno pasajero.
Sólo por un momento trata de sentir lo que te digo: simplemente sé un testigo…
No te aferres a ningún momento porque es hermoso ni alejes de ti ningún momento porque es desgraciado. Deja de hacer eso. Lo has estado haciendo durante vidas enteras. Nunca has tenido éxito hasta ahora y nunca lo tendrás, jamás. El único modo de ir más allá, de permanecer más allá, es encontrar el lugar desde el que puedes observar todos estos fenómenos cambiantes sin identificarte.
Te contaré una antigua historia sufí…
Un rey dijo a los sabios de la corte: —Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total. Tiene que ser muy pequeño de manera que quepa escondido debajo del diamante del anillo.
Todos ellos eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados. Pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudiera ayudar en momentos de desesperación total… Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que era casi como su padre; también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por él. El anciano dijo: —No soy un sabio, un erudito, un académico; pero conozco el mensaje, porque sólo hay un mensaje. Y esa gente no te lo puede dar; sólo puede dártelo un místico, un hombre que haya alcanzado la realización.
Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento por mis servicios, me dio este mensaje —y lo escribió en un papel, lo dobló y se lo dio al rey—. No lo leas, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.
Y ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos le perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Y llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: del otro lado había un precipicio y un profundo valle. Caer por él sería el fin. No podía volver, el enemigo le cerraba el camino y ya podía oír el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante, y no había ningún otro camino…
36. Las Puertas del Infierno. El orgullo del samurái |
El cielo y el infierno no son geográficos, son psicológicos, son tu psicología. El cielo y el infierno no están al final de tu vida, están aquí y ahora. La puerta se abre a cada momento; a cada momento transitas entre el cielo y el infierno. Es algo que ocurre de momento a momento, es urgente; en un momento puedes pasar del infierno al cielo, del cielo al infierno. El infierno y el cielo están dentro de ti. Las puertas están muy cerca una de otra: con la mano derecha puedes abrir una y con la izquierda puedes abrir la otra. Con un cambio mental, todo tu ser se transforma: del cielo al infierno y del infierno al cielo. Cuando actúas inconscientemente, sin conciencia, estás en un infierno; cuando eres consciente, cuando actúas con plena conciencia, estás en el cielo.
El maestro zen Hakuin es uno de los raros florecimientos. Vino a verle un guerrero, un samurái, un gran soldado, y le preguntó: «¿Existe el cielo, existe el infierno? Y si hay cielo e infierno, ¿dónde están las puertas? ¿Desde dónde se entra? ¿Cómo puedo evitar el infierno y elegir el cielo?»
Era un guerrero simple. Un guerrero siempre es simple; de otro modo no sería guerrero. Un guerrero sólo conoce dos cosas: la vida y la muerte; su vida siempre está en juego, siempre está jugando; es un hombre simple. No había venido a aprender ninguna doctrina. Quería saber dónde estaban las puertas para evitar el infierno y entrar en el cielo. Y Hakuin le contestó de la única forma que un guerrero podía entender.
¿Qué hizo Hakuin? Le dijo: —¿Quién eres tú?
—Soy un samurái —replicó el guerrero.
En Japón ser un samurái es algo de lo que sentirse orgulloso. Significa ser un guerrero perfecto, un hombre que no durará ni un segundo en entregar su vida. Para él, la vida y la muerte sólo son un juego. Y dijo: —Soy samurái, soy un jefe de samuráis. Incluso el emperador me presenta sus respetos.
—¿Tú un samurái? —dijo Hakuin riéndose—. Más bien pareces un mendigo.
El orgullo del samurái estaba herido, su ego machacado. Olvidó a qué había venido. Sacó la espada y estaba a punto de matar a Hakuin. Olvidó que había venido a ver al maestro para aprender dónde están las puertas del cielo y del infierno.
Hakuin se rio y dijo: —Ésta es la puerta del infierno. Con esta espada, esta ira, este ego, así se abre la puerta. Esto es algo que un guerrero puede entender. Y el samurái comprendió de inmediato: ésta es la puerta. Volvió a envainar la espada.
Y Hakuin dijo: —Ahora has abierto las puertas del cielo.
El infierno y el cielo están dentro de ti, ambas puertas están dentro de ti. Cuando te comportas inconscientemente, allí está la puerta del infierno; cuando estás alerta y consciente, allí está la puerta del cielo.
¿Qué le ocurrió a aquel samurái? Cuando estaba a punto de matar a Hakuin, ¿era consciente? ¿Era consciente de lo que estaba a punto de hacer? ¿Era consciente de para qué había venido? Toda conciencia había desaparecido. Cuando el ego se adueña de la situación, no puedes permanecer alerta. El ego es la droga, el intoxicante que te hace completamente inconsciente. Actúas, pero tu acto viene del inconsciente, no de la conciencia. Y cuando un acto viene del inconsciente, la puerta del infierno se abre. Hagas lo que hagas, si no eres consciente de lo que estás haciendo, la puerta del infierno se abre.
El samurái recuperó la alerta inmediatamente. De repente, cuando Hakuin dijo: «Ésta es la puerta, ya la has abierto», esa misma situación debe haber creado una alerta. Un momento más y la cabeza de Hakuin habría rodado por los suelos. Y Hakuin dijo: «Ésta es la puerta del infierno».
No es una respuesta filosófica; ningún maestro responde de manera filosófica. La filosofía sólo existe para las mentes mediocres, no iluminadas. El maestro responde, pero su respuesta no es verbal, es total. La cuestión no era que aquel hombre podría haberle matado. «Si me matas y eso te pone alerta, merece la pena»; Hakuin jugó el juego.
El guerrero estaba allí, parado, con la espada en la mano y Hakuin estaba justo enfrente: sus ojos se reían, su rostro sonreía y las puertas del cielo se abrieron. Él entendió: la espada volvió a la vaina. Mientras ponía la espada en la vaina debe haberse sentido totalmente silencioso, pacífico. La ira había desaparecido, la energía que acompañaba a la ira se había convertido en silencio.
Si te despiertas de repente en medio de la ira, sientes una paz que nunca había sentido antes. La energía se estaba moviendo y de repente se detiene; entonces tendrás silencio, un silencio inmediato. Caerás en tu ser interno, y la caída será tan repentina que serás consciente.
No es una caída lenta, es tan repentina que no puedes permanecer inconsciente. Sólo puedes permanecer inconsciente con las cosas rutinarias, con las cosas graduales; te mueves tan despacio que no puedes sentir el movimiento. Esto fue un movimiento repentino: de la actividad a la no-actividad, del pensamiento al no-pensamiento, de la mente a la no-mente. Mientras la espada volvía a la vaina, el guerrero se dio cuenta. Y Hakuin dijo: «Aquí se abren las puertas del cielo».
El silencio es la puerta. La paz interior es la puerta. La no-violencia es la puerta. El amor y la compasión son las puertas.
37. Las Puertas del Cielo. El orgullo del samurái |
El Cielo y la Tierra no son geográficos, son psicológicos, son tu psicología. El cielo y la tierra no están al final de tu vida, están en el aquí y ahora. En cada momento la puerta se abre; en cada momento sigues titubeando entre el cielo y el infierno. Es un asunto de instante-a-instante, es urgente; en un solo instante puedes ir desde el infierno al cielo, del cielo al infierno.
El cielo y el infierno están dentro tuyo. Las puertas están muy cerca una de la otra: con la mano derecha puedes abrir una, con la izquierda puedes abrir la otra. Con sólo un cambio en tu mente, tu ser es transformado – desde el cielo al infierno – desde el infierno al cielo. Cuando tu actúas inconscientemente, tú estás en el infierno; cuando sea que estés consciente, cuando tu actúas con plena conciencia, estás en el cielo.
El maestro zen Hakuin es uno de los raros florecimientos. Vino a verle un guerrero, un samurái, un gran soldado, y le preguntó: «¿Existe el cielo, existe el infierno? Y si hay cielo e infierno, ¿dónde están las puertas? ¿Desde dónde se entra? ¿Cómo puedo evitar el infierno y elegir el cielo?»
Era un guerrero simple. Un guerrero siempre es simple; de otro modo no sería guerrero. Un guerrero sólo conoce dos cosas: la vida y la muerte; su vida siempre está en juego, siempre está jugando; es un hombre simple. No había venido a aprender ninguna doctrina. Quería saber dónde estaban las puertas para evitar el infierno y entrar en el cielo. Y Hakuin le contestó de la única forma que un guerrero podía entender.
¿Qué hizo Hakuin? Le dijo: —¿Quién eres tú?
—Soy un samurái —replicó el guerrero.
Cielo
En Japón ser un samurái es algo de lo que sentirse orgulloso. Significa ser un guerrero perfecto, un hombre que no durará ni un segundo en entregar su vida. Para él, la vida y la muerte sólo son un juego. Y dijo: —Soy samurái, soy un jefe de samuráis. Incluso el emperador me presenta sus respetos.
—¿Tú un samurái? —dijo Hakuin riéndose—. Más bien pareces un mendigo
El orgullo del samurái estaba herido, su ego machacado. Olvidó a qué había venido. Sacó la espada y estaba a punto de matar a Hakuin. Olvidó que había venido a ver al maestro para aprender dónde están las puertas del cielo y del infierno.
Hakuin se rio y dijo: —Ésta es la puerta del infierno. Con esta espada, esta ira, este ego, así se abre la puerta. Esto es algo que un guerrero puede entender. Y el samurái comprendió de inmediato: ésta es la puerta. Volvió a envainar la espada.
Y Hakuin dijo: —Ahora has abierto las puertas del cielo.
El infierno y el cielo están dentro de ti, ambas puertas están dentro de ti. Cuando te comportas inconscientemente, allí está la puerta del infierno; cuando estás alerta y consciente, allí está la puerta del cielo.
¿Qué le ocurrió a aquel samurái? Cuando estaba a punto de matar a Hakuin, ¿era consciente? ¿Era consciente de lo que estaba a punto de hacer? ¿Era consciente de para qué había venido? Toda conciencia había desaparecido. Cuando el ego se adueña de la situación, no puedes permanecer alerta. El ego es la droga, el intoxicante que te hace completamente inconsciente. Actúas, pero tu acto viene del inconsciente, no de la conciencia. Y cuando un acto viene del inconsciente, la puerta del infierno se abre. Hagas lo que hagas, si no eres consciente de lo que estás haciendo, la puerta del infierno se abre.
El samurái recuperó la alerta inmediatamente. De repente, cuando Hakuin dijo: «Ésta es la puerta, ya la has abierto», esa misma situación debe haber creado una alerta. Un momento más y la cabeza de Hakuin habría rodado por los suelos. Y Hakuin dijo: «Ésta es la puerta del infierno».
No es una respuesta filosófica; ningún maestro responde de manera filosófica. La filosofía sólo existe para las mentes mediocres, no iluminadas. El maestro responde, pero su respuesta no es verbal, es total. La cuestión no era que aquel hombre podría haberle matado. «Si me matas y eso te pone alerta, merece la pena»; Hakuin jugó el juego.
El guerrero estaba allí, parado, con la espada en la mano y Hakuin estaba justo enfrente: sus ojos se reían, su rostro sonreía y las puertas del cielo se abrieron. Él entendió: la espada volvió a la vaina. Mientras ponía la espada en la vaina debe haberse sentido totalmente silencioso, pacífico. La ira había desaparecido, la energía que acompañaba a la ira se había convertido en silencio.
Si te despiertas de repente en medio de la ira, sientes una paz que nunca había sentido antes. La energía se estaba moviendo y de repente se detiene; entonces tendrás silencio, un silencio inmediato. Caerás en tu ser interno, y la caída será tan repentina que serás consciente.
No es una caída lenta, es tan repentina que no puedes permanecer inconsciente. Sólo puedes permanecer inconsciente con las cosas rutinarias, con las cosas graduales; te mueves tan despacio que no puedes sentir el movimiento. Esto fue un movimiento repentino: de la actividad a la no-actividad, del pensamiento al no-pensamiento, de la mente a la no-mente. Mientras la espada volvía a la vaina, el guerrero se dio cuenta. Y Hakuin dijo: «Aquí se abren las puertas del cielo».
El silencio es la puerta. La paz interior es la puerta. La no violencia es la puerta. El amor y la compasión son las puertas.
38. Transmutación. La Meditación del Corazón de Atisha |
El dolor es natural; tiene que ser comprendido, tiene que ser aceptado. Como tememos el dolor de manera natural, de manera natural tendemos a evitarlo. De ahí que mucha gente haya evitado el corazón y esté colgada en la cabeza, viva en la cabeza. El corazón da dolor, es verdad, pero sólo porque puede dar placer; por eso da dolor. El placer llega a través del dolor; la agonía es la puerta por la que entra el éxtasis. Si uno es consciente de él, acepta el dolor como una bendición. Entonces, de repente, la cualidad del dolor empieza a cambiar inmediatamente. Ya no eres su antagonista, y como ya no eres su antagonista, ya no es dolor; es un amigo. Es un fuego que te va a limpiar. Es una transmutación, un proceso en el que lo viejo se irá y lo nuevo llegará, en el que la mente desaparecerá y el corazón funcionará en su totalidad. Entonces la vida es una bendición.
Prueba este método de Atisha:
Cuando inspires —escucha con cuidado porque es uno de los mejores métodos—, cuando inspires, piensa que estás inspirando todas las miserias de todos los habitantes del mundo. Toda la oscuridad, toda la negatividad, todo el infierno que existe por doquier, los estás inspirando. Y deja que sean absorbidos en tu corazón.
Transmutación
Puede que hayas oído hablar de los llamados pensadores positivos de Occidente. Ellos dicen justo lo contrario; en realidad, no saben lo que dicen. Dicen: «Cuando espires, arroja de ti todas tus miserias y negatividades; y cuando inspires, inspira alegría, positividad, felicidad, regocijo». El método de Atisha es exactamente lo opuesto: cuando inspires, inspira todo el sufrimiento y las desgracias de todos los seres del mundo: pasados, presentes y futuros. Y cuando espires, espira toda la alegría que tengas, toda la dicha que tengas, todas las bendiciones que tengas.
Espira, derrámate en la existencia. Éste es el método de la compasión: bebe todo el sufrimiento y derrama las bendiciones. Y si lo haces te quedarás sorprendido. En el momento en que tomas todos los sufrimientos del mundo dentro de ti, dejan de ser sufrimientos. El corazón transforma la energía inmediatamente. El corazón es una fuerza transformadora: bebe la miseria, y transfórmala en dicha… después derrámala. Una vez que has aprendido que tu corazón puede hacer esta magia, este milagro, querrás repetirlo una y otra vez.
Pruébalo. Es uno de los métodos más prácticos, es simple y produce resultados inmediatos. Hazlo hoy mismo y mira qué pasa. Ésta es una de las prácticas de Buda y sus discípulos. Atisha es uno de sus discípulos, de la misma tradición, de la misma línea. Buda repite una y otra vez a sus discípulos: ¡venid y ved!». Son gente muy científica. El budismo es la religión más científica de la tierra; de ahí que vaya ganando terreno en el mundo.
A medida que el mundo vaya haciéndose más inteligente, Buda se hará cada vez más importante. Tiene que ser así. Conforme aumente el número de gente dedicada a la ciencia, Buda tendrá un mayor atractivo. Él convencerá a las mentes científicas, porque dice: «Todo lo que digo puede ser practicado». No os dice: «Creedlo», lo que os digo es: «Experimentad con ello, experimentadlo, y sólo entonces, si lo sentís en vosotros mismos, confiad en ello. Y si no es así, no hace falta creer».
Prueba este precioso método de compasión: toma en ti toda la miseria y derrama sobre el mundo la alegría.
39. Energía. El hombre con el collar de dedos |
O haces que tu energía sea creativa, o se volverá amarga y se hará destructiva. La energía es algo peligroso: si la tienes, tienes que usarla creativamente porque, de otro modo, antes o después te darás cuenta de que se ha vuelto destructiva. Por tanto, encuentra algo —cualquier cosa que te guste— y pon tu energía en ella. Si quieres, puedes ponerla en la pintura; o si lo prefieres, en la danza y en el canto; o si quieres tocar un instrumento… Lo que quieras, encuentra la manera de poder perderte completamente. Si puedes perderte tocando la guitarra, ¡bien! En los momentos en que te pierdes, tu energía se libera de manera creativa. Si no puedes perderte en la pintura, en la canción, en la danza, tocando la guitarra o la flauta, entonces encontrarás otras maneras más bajas de perderte: ira, furia, agresión; éstas son las maneras bajas de perderse.
Gautama Buda inició a un asesino al sannyas; y no era un asesino ordinario. Rudolf Hess no era nada comparado con él. Se llamaba Angulimal. Angulimal significa el hombre que lleva una guirnalda de dedos humanos. Había hecho voto de matar a mil personas; tomaba un dedo de cada persona asesinada para poder recordar a cuántos había matado y se había hecho una guirnalda con ellos.
Ya tenía en su guirnalda novecientos noventa y nueve dedos, sólo le faltaba uno. Y le faltaba porque el camino donde él rondaba estaba cerrado; nadie transitaba por él. Pero Gautama Buda entró por el camino cerrado. El rey había puesto guardias para avisar a la gente, sobre todo a los extranjeros, que no sabían que había un hombre tan peligroso suelto por las colinas. Los guardias dijeron a Gautama Buda: —Este no es el camino que debes usar. Aquí es donde vive Angulimal. Ni siquiera el rey tiene el coraje necesario para viajar por él. Ése hombre está loco.
Transformación
Su madre solía ir a verle. Era la única persona que iba a verle de vez en cuando, pero hasta ella ha dejado de ir. La última vez que fue, él le dijo: «Ahora sólo me falta un dedo y si no llegas a ser mi madre… Quiero avisarte que si vuelves aquí otra vez no regresarás. Necesito un dedo desesperadamente. Hasta ahora no te he matado porque podía matar a otros, pero ahora la única que pasa por este camino eres tú. Por eso quiero avisarte de que si vienes una vez será responsabilidad tuya, no mía». Desde entonces la madre no ha regresado.
No tomes un riesgo innecesario. ¿Y sabéis lo que Buda les respondió? Buda dijo: —Si no voy yo, ¿quién irá? Sólo pueden ocurrir dos cosas: o bien le cambio —y no puedo perderme este desafío— o le proporcionaré un dedo y así cumplirá su deseo. Algún día voy a morir de todos modos. Al menos, darle mi cabeza a Angulimal servirá para algo; de todos modos, moriría algún día y vosotros me pondríais en una pira funeraria. Creo que es mejor realizar el deseo de alguien y proporcionarle un poco de paz mental. O bien me mata o le mato yo, pero el encuentro va a producirse; por favor llevadme hasta él.
La gente que solía seguir a Gautama Buda, sus compañeros que competían por ver quién estaba más cerca de él, comenzaron a ir más despacio. Pronto hubo kilómetros de distancia entre Buda y sus discípulos. Todos querían ver qué ocurría, pero sin acercarse demasiado. Angulimal estaba sentado en su roca, esperando. No podía creer lo que veían sus ojos. Un hombre muy hermoso y de gran carisma se estaba acercando a él. ¿Quién podía ser?
Nunca había oído hablar de Gautama Buda, pero hasta su endurecido corazón comenzó a sentir cierta ternura por aquel hombre. Era tan hermoso, acercándose hacia él. Era temprano por la mañana… soplaba una brisa fresca y el sol estaba saliendo… y los pájaros cantaban y las flores se habían abierto; y Buda se acercaba cada vez más. Finalmente, Angulimal, con la espada desnuda en la mano, le gritó: —¡Alto! Gautama Buda estaba a sólo unos pasos, y Angulimal dijo: —No des un paso más porque entonces no será responsabilidad mía. ¡Quizá no sepas quién soy!
—¿Sabes quién eres? —preguntó Buda.
—Ésa no es la cuestión —respondió Angulimal—. No es momento ni lugar de discutir esas cosas. ¡Tu vida está en peligro!
—Yo opino lo contrario —dijo Buda—, es tu vida la que está en peligro.
—Solía pensar que estaba loco —dijo el hombre—, pero tú sí que estás loco. Y sigues acercándote. Entonces, que no digan que he matado a un inocente. Pareces tan inocente y hermoso que quiero que vuelvas. Encontraré a otra persona. Puedo esperar, no tengo prisa. Si he podido conseguir novecientos noventa y nueve… sólo necesito uno más, pero no me obligues a matarte.
Buda se acercó mucho y las manos de Angulimal temblaban. Aquel hombre era tan hermoso, tan inocente, tan parecido a un niño. Ya se había enamorado de él. Había matado a tanta gente… y nunca había sentido esta debilidad anteriormente; nunca había conocido el amor. Por primera vez estaba lleno de amor. Por eso estaba en una contradicción: su mano sostenía la espada para matar a la persona, pero el corazón le decía: «Vuelve a poner la espada en su lugar».
Buda dijo: —Yo estoy preparado, pero ¿por qué te tiembla la mano? Eres un gran guerrero, incluso los reyes tienen miedo de ti, y yo sólo soy un pobre mendigo. No tengo más que mi cuenco de mendigar. Puedes matarme y me sentiré inmensamente feliz de que mi muerte satisfaga al menos el deseo de alguien; mi vida habrá sido útil y mi muerte también habrá sido útil. Pero antes de que me cortes la cabeza tengo un pequeño deseo, y creo que tú me lo concederás antes de matarme.
Ante la muerte, incluso el enemigo más implacable está dispuesto a conceder un deseo. Angulimal dijo: —¿Qué quieres?
—Quiero que cortes de ese árbol una rama llena de flores. No volveré a verlas; quiero ver las flores de cerca, sentir su fragancia y su belleza al sol de la mañana, su gloria.
Entonces Angulimal cortó una rama llena de flores. Y antes de que pudiera dársela a Buda, éste le dijo: —Esto sólo es la mitad del deseo; la otra mitad es: por favor, vuelve a poner la rama en el árbol.
—Desde el principio he pensado que estabas loco. Ahora bien, éste es el deseo más loco que he oído en mi vida. ¿Cómo voy a volver a poner la rama en el árbol?
—Si no puedes crear, no tienes derecho a destruir —dijo Buda—. Si no puedes dar vida, no tienes derecho a dar muerte a ninguna criatura viva.
Un momento de silencio y un momento de transformación… la espada se le cayó de las manos. Angulimal cayó a los pies de Buda y le dijo: —No sé quién eres, pero seas quien seas, llévame al espacio donde tú estás; iníciame.
Entonces los seguidores de Buda se habían acercado más. Estaban cerca y cuando Angulimal cayó a los pies de Buda, ellos les rodearon. Alguien dijo: —¡No inicies a este hombre! ¡Es un asesino!
—Si yo no lo inicio —dijo Buda—, ¿quién lo hará? Y amo a este hombre, amo su coraje. Veo su enorme potencial: un sólo hombre luchando contra el mundo. Quiero este tipo de gente, gente que pueda mantener su posición frente al resto del mundo. Hasta ahora estaba frente al mundo con su espada; a partir de ahora estará frente al mundo con una conciencia que es mucho más afilada que cualquier espada. Os dije que alguien iba a morir, pero no era seguro quién sería, si yo o Angulimal. Ahora podéis ver que Angulimal ha muerto. ¿Y quién soy yo para juzgar?
40. Integridad. «Sólo se necesita una aguja ordinaria» |
Nadie es una isla, todos somos parte de un vasto continente. Existe una gran variedad entre nosotros, pero eso no hace que seamos seres separados. La variedad enriquece la vida: una parte de nosotros está en los Himalayas, una parte de nosotros está en las estrellas, una parte de nosotros está en las rosas. Una parte de nosotros está en las alas de los pájaros, una parte de nosotros está en el verde de los árboles. Estamos extendidos por todo. Experimentar esto como una realidad transformará todo tu planteamiento de vida, transformará cada uno de tus actos, transformará tú mismo ser.
Se cuenta que en vida del gran místico sufí Farid, un rey vino a verle. Le había traído un presente: un precioso par de tijeras de oro con diamantes engarzados, muy valiosas, muy especiales. Tocó los pies de Farid y le dio las tijeras; Farid las tomó, las miró, y se las devolvió diciendo: —Señor, muchas gracias por el regalo que me ha traído. Es muy hermoso, pero totalmente inútil para mí. Sería mejor si me pudiera dar una aguja. No necesito tijeras; una aguja bastará.
—No comprendo —dijo el rey—, si necesitas una aguja, también necesitarás unas tijeras.
Integridad
—Es una metáfora —explicó Farid—. No necesito tijeras porque las tijeras sirven para cortar las cosas. Necesito una aguja porque las agujas sirven para unir cosas. Yo enseño a amar. Toda mi enseñanza se basa en el amor: juntar cosas, enseñar a la gente a estar en comunión. Necesito una aguja para poder unir las cosas. Las tijeras son inútiles para mí porque cortan y desconectan. La próxima vez que venga, bastará con que traiga una aguja ordinaria.
La lógica es como un par de tijeras: corta, divide las cosas. La mente es una especie de prisma: haz pasar un rayo de luz a través de ella y se divide inmediatamente en siete colores. Pasa cualquier cosa a través de la mente y se vuelve dual. La vida y la muerte no son la-vida-y-la-muerte, la realidad es vida muerte. Debería ser una única palabra, no dos; ni siquiera debería haber un guion entre ellas. Vida muerte es un fenómeno. Amor odio es un fenómeno. Luz oscuridad es un fenómeno. Negativo positivo es un fenómeno. Pero cuando haces pasar este fenómeno a través de la mente, la unidad se divide en dos inmediatamente. Vida muerte se convierte en vida y muerte; no sólo están divididas, sino que la muerte se vuelve antagonista de la vida. Son enemigas. A partir de ese momento puedes seguir tratando de que las dos se encuentren, pero nunca lo conseguirás.
Kipling tiene razón: «Oriente es Oriente y Occidente es Occidente, y los dos nunca se encontrarán». Según la lógica, esto es verdad. ¿Cómo pueden encontrarse Oriente y Occidente? ¿Cómo puede Occidente encontrarse con Oriente? Pero existencialmente es un sin sentido total. Se encuentran en todas partes.
Por ejemplo, te encuentras en la India. ¿Es Oriente u Occidente? Si la comparas con Londres, es el Oriente; pero si la comparas con Tokio, es Occidente. Entonces, ¿qué es exactamente, Oriente u Occidente? Oriente y Occidente se encuentran en cada punto, y Kipling dice: «Los dos nunca se encontrarán».
Los dos se están encontrando constantemente. No hay un punto tal que Oriente y Occidente no se encuentren y no hay ningún hombre en el que Oriente y Occidente no se encuentren. No puede ser de otro modo; tienen que encontrarse: es una realidad, un cielo.